Monserrate o consejos pa’ levantar – Parte 1

El consultorio de la tía Clara siempre está abierto para las preguntas más importantes de la vida… y para las bobadas también.

La conversación fue más o menos así:
—Tía Clara, necesito un consejo. Voy a ir a Monserrate con un sujeto y siento que si subimos las escaleras se va a morir y yo voy a llegar refea. ¿Es muy grave la subida?

Adivinen qué fue lo primero que pensé.

Efectivamente: esto es material para un post.

Así que aquí van los consejos no solicitados para una primera cita.

  1. Si el man ya le pidió salir, no creo que usted le parezca fea.

De hecho, mi amiga es particularmente bonita. Y no bonita de «Ay, lo digo porque es mi amiga». Parce, es el tipo de vieja que los manes dicen «Mk, está linda, pase el Instagram». No es ese tipo de linda que uno de vieja dice «Ay, es bonita» y que los manes dicen «Meh». No. Es el tipo de vieja que nunca está soltera porque dura cinco minutos soltera y de una llega el chulo que ha estado haciendo fila desde hace rato.

PEEERO, como todas las mujeres bonitas y buena gente, tiene sus inseguridades. Así que la tía Clara, que también tiene muchas inseguridades pero que sabe lo que es levantarse a un man sudada, despeinada y con los respectivos olores que puede causar una clase de salsa, tiene algo que decirte:

Amiga: mientras haya tetas, el sudor y el despeine se vuelven secundarios.

2. El man no se va a infartar. ¿Tú de verdad crees que propuso un plan que lo haga ver como un perdedor?

Y si es así… Ese no es tu problema.

El 99 % de los manes, a menos que sea un tonto del culo, no te van a proponer un plan que los haga ver mal. ¿Por qué? Pues porque rara vez van a mostrar su fragilidad en la primera cita. Apuesto que lo conociste en el gimnasio, querida… Y lo que el man quiere es mostrar su estado físico. Si es así, pues diviértete, conócelo, mira el man qué pitos… pero eso tal vez te hable de las inseguridades del man. Y bueno, recuerda que la tía Clara también se puede equivocar, así que mejor que seas tú la que me des o no la razón.

3. ¿Es muy grave la subida?
No sé. La última vez que subí a Monserrate a pie fue en el año de… * Hiperventila de solo pensarlo *… Ah, ¡Mira! ¡Donas!
Si comes donas, la bajada va a ser más fácil. Mentiras.

4. De nuevo… ¿Quién habrá propuesto el plan?

La última vez que subí con un novio a Monserrate me terminó en tres días. (Aquí entre nos, yo creo que el man no sabía cómo terminarme y eso fue lo único que se le ocurrió 🤦🏽‍♀️)

5. ¿Dónde quedó el plan tradicional y conservador de ir a cine y luego a tomarse algo? ¿Estoy pasada de moda? ¿Qué sigue? ¿Invitaciones a subir una montaña a las 6 de la mañana y desayuno vegano?

Obvio sí. ¿Por qué tomar consejos de una treintona sexy que por ratos aún es insegura y no ha ligado hace más de 9 años? ¡Pues fácil! Porque hay algo que enloquece a los manes, no importa la edad que tengas o si incluso vas a casarte… y te compartiré este secreto, amiga, solo para que no se vaya conmigo a la tumba.

El secreto es…

[Pausa dramática]

Ah, pero antes te voy a decir todo lo que no es.

  • No es seguir un manual.
  • No es pensar que hay fórmulas mágicas
  • No es hacer lo que dicen tus amigas (que están igual o más perdidas que tú)
  • No es hacer lo que dicen las revistas (yo siempre pensé que iba a trabajar en Cosmopolitan o en la revista Tú, pero ya ven…)
  • No es hacerse la difícil ni la interesante (ya eres interesante, otra cosa es que la otra persona quiera descubrirlo y, si no, pues toma tu ticket y al final de la fila).

Lo único que me ha funcionado es ser auténtica, hacer tus propias reglas y saber cuándo romperlas. Ah, y mover el culo. Mover el culo es básico. Aprende a moverte con gracia, amiga. Eso sí, de nada sirve mover el funkete si uno no es auténtico. Una vez alguien me dijo que dejara de ser como Tribilín, porque eso no era sexy. Y no, no lo es… pero también es parte de mi esencia hacer chistes bobos y tener un lado naïve. Así que lo que hice fue no mostrarlo de primerazo, pero tampoco negarlo. De hecho, no soy la mujer más chistosa de la tierra y, sin embargo, doy fe de que hay dos hombres que se rien de mis chistes de papá: mi primo y mi novio… así que para todo hay público, para todo hay cliente.

Si a un sujeto en cuestión no le gusta ese lado frívolo, pues no merece conocer el lado interesante o el mejor lado que tengas. No se trata de mentirle ni de mentirte a ti misma, porque tarde o temprano el castillo de naipes se va a caer. Se trata de divertirte mostrando quién eres poco a poco y permitiendo que la otra persona lo descubra. En algún punto o les gustará a ambos lo que ven («Esto es lo que hay«) o definitivamente alguien se desilusionará y cuanto más pronto mejor para no perder tiempo («Donde no puedas amar no te demores»).

Nuevamente, abogo por las muestras de vulnerabilidad. Sin embargo, en nuestra cultura, es poco probable que las personas se muestren tal y como son, o que revelen sus vulnerabilidades porque sienten que eso es ser débil… así que a veces toca ir con cuidado para no espantar a la gente que no está preparada para la awesomeness (porque el que no ha visto a Dios cuando lo ve se asusta)… y ya verás que después de los 30 te vale: eres una chimba y no te da pena mostrar que lo eres. Que huyan solitos los que se les arruga.

¿Hay vida después del WhatsApp?

Érase una vez el WhatsApp pero tuve que matarlo.

Así sucede. A veces hay cosas a las que les damos demasiada importancia y, al final, como casi todo en la vida, no la tienen.

Esta es la historia de todo lo que pensaba que iba a pasar y nunca pasó.

Queridas sobrinas:

Corría el año _____ (no lo voy a poner para que no hagan cuentas y deduzcan en dónde trabajaba, aunque tal vez ya las hicieron). Yo tenía el mejor jefe, el mejor grupito de compañeras y mi mayor preocupación era pensar qué pedir de domicilio en el celular. Era feliz y no lo sabía. Por supuesto, estaba en uno que otro grupo de WhatsApp: notificaciones silenciadas en la mayoría y tranquilidad total porque nada perturbaba mi paz.

Hasta que un día me cambiaron de jefe y los grupos que al principio solo eran de risas, juegos y diversión, pasaron a ser de quejadera, mensajes después de las 6 de la tarde y hastío total. Me empecé a desesperar.

Todos saben que una Clara desesperada es una criatura peligrosa porque comienza a desesperar al resto. Si me metes una idea constructiva en la cabeza, puedo ser la persona más creativa, linda y buena gente del planeta… pero con serpientes en mi cabeza, solo destilo veneno puro.

Semana tras semana mi grupito de amigas y yo resistíamos en un chat privado. Reírnos de nosotras mismas y de las cosas que nos pasaban era la única arma que teníamos para soportar la situación y hacernos la vida un poquito más llevadera.

Hasta que la olla a presión explotó y las hicieron ir a trabajar un sábado.

Por fortuna, me libré. Pero no se necesitaba tener una bolita de cristal para poder anticipar lo que nos esperaba. Sabía que, apenas pudiera, había que saltar de ese tren en movimiento. Entonces empecé a maquinar yo con yo:

—Debe haber alguna forma para que no me afecte.

—¿Y si renunciamos?

—¿Y de qué vamos a vivir, amigui?

—¿Y si vendemos nuestro cuerpecito y nos vamos a vivir a Timboktú?

—Si tan solo pudiéramos mantener el contacto solo dentro de los términos estrictamente necesarios… ¿pero cómo?

Y pasó mucho tiempo hasta que un día el papayazo vino por casualidad y se murió Facebook por un día.

Ese día todo el mundo fue feliz en esa oficina. Bueno, más o menos. En realidad muchos tenían miedo de la cantidad de mensajes que iban a tener al final del día en el dichoso grupito del trabajo. Pero yo no.

Descargué otra aplicación y santo remedio.

—¿Santo remedio? No exactamente, amigui. Te estás olvidando de contarles a tus sobris que realmente el primer pensamiento fue «Me van a echar».

Efectivamente. Se me pasaron todo tipo de ideas por la cabeza:

«Me van a echar».

«En el trabajo van a empezar a preguntar que por qué me salí, que si estoy brava, que si me meten otra vez al grupo, que no les salgo, que ahora cómo nos vamos a comunicar…»

«Mis amigas no me van a volver a hablar».

«Mi familia va a pensar que estoy molesta».

«Me van a echar».

«Pero a ver: ¿De verdad te pueden echar? ¿Legalmente pueden hacerlo? ¿Qué van a hacer? ¿Obligarte a instalar la aplicación y pagarte el plan de datos?».

«Teams y sale. Al que le gustó, le gustó. Y al que no, que llore. La entidad está pagando una licencia. Si se quieren comunicar conmigo, pues que utilicen los medios oficiales: me van a tener que escribir al correo, me tendrán que mandar chats por Teams o pues que me llamen, cuidado se gastan el minuto».

Pasó una semana.

Nada.

Pasó un mes.

Nada.

Escasamente un par de amigas me preguntaron que qué había pasado.

Muchos pensaron que de verdad era una pataleta y que volvería… que la presión social me haría volver.

Nunca pasó.

Pero lo que sí me enseñó esta experiencia es:

1. Que muchas cosas solo ocurren en tu mente… y nunca pasan en la realidad.

2. Que la gente que realmente te quiere en su vida, hará lo que sea para que estés: mis papás y mi novio descargaron la otra app, algunos amigos optaron por llamarme, yo comencé a buscar a la gente que realmente me importaba y nadie se murió. ¿Que le hago mucha falta? Pues ahí está el teléfono y los mensajes de texto. Déjese ver con una empanada y ya. Soy una mujer de placeres sencillos. ¿Que me hace mucha falta? Pues buscaré la forma de encontrarlo, verlo o comunicarme con usted. Simple.

3. Que algunas conexiones eran una mera ilusión. A veces en lugar de decirle a alguien «Hola, ¿te puedo marcar para saludarte?», terminaba teniendo conversaciones vacías por escrito que me llenaban más de soledad.

4. Que lo que ves en redes es un espejismo: la gente tiene tanto miedo a la soledad que se muestra siempre rodeada de otros y su forma de sentir compañía es un teléfono que los hace sentir como que siempre van a ser escuchados.

5. Que las peores noticias son las que más rápido se saben. Y los triunfos de otros también se difunden pronto. No me iba a perder de nada. En el hipotético caso en el que necesite saber el marcador de un partido, cosa que no creo que ocurra, se lo puedo preguntar a la persona de al lado. No pasa nada. Desde que los griegos inventaron la maratón al anunciar una victoria de una guerra, no hay nada realmente urgente, todas las urgencias nos las hemos inventado los humanos para justificar que un día nos vamos a morir y que ese día podría ser hoy. Meh. Y si fuera hoy, pues tampoco sería tan urgente.

¿Cómo sobrevivir a un amor tóxico?

Si pudieran conversar con esa persona que ustedes creen que tiene todas las respuestas, ¿qué le preguntarían?

La base narrativa de todos los buenos libros, al menos en el mundo occidental, es siempre la misma: alguien vive en un mundo y un día, de la nada, recibe una «invitación» para visitar otro.

Siempre es lo mismo. ¿Blancanieves?

Sí. Vive en un castillo relativamente feliz, hasta que un día su madrastra la manda matar y termina en una casa limpiando la casa de unos sujetos que, probablemente, aún sean vírgenes.

¿Drácula?

Un mancito tiene una novia y su vida es relativamente tranquila, hasta que le da por dejarla e irse a un viaje de negocios dizque a visitar un cliente. El cliente resulta ser un loco obsesionado con la sangre que además ahora le quiere gusanear a la novia. ¿Quién lo manda irse por allá?

¿La vorágine?
Un man se mete en la selva, le pasan mil cosas y, #SpoilerAlert, de allá no sale. Otra vez: ¿Quién hps lo mandó a irse por allá?

Y así con todas las obras literarias y películas que alguna vez han valido la pena… o bueno, independientemente de la calidad, casi con cualquier peli de Hollywood.

Siempre detrás de toda narración hay un cambio de estado… ya sea físico o mental, el protagonista cambia o algo en su manera de ver el mundo cambia. Por eso es que nos gustan tanto las historias de amor: porque quizás no hay nada más transformador.

El enamoramiento tiene la capacidad de hacernos ver el mundo como envuelto en una atmósfera rosa o puede convertir el día más soleado en un momento gris. El amor, al contrario, cuando es verdadero, nos ayuda a ver las cosas con más claridad.

Anaïs Nin decía que no vemos las cosas como son sino como somos.

Ay, Dios. Si ustedes me conocen, saben que estoy obsesionada con Anaïs Nin.

Lo estoy porque, de vez en cuando, cada cierto tiempo, tal vez una vez por década, tal vez una vez por siglo, aparecen estrellas fugaces, seres que parecen haberlo entendido todo, personas adelantadas a su tiempo. Para mí, eso es lo que significó haberme acercado un poquito a Anaïs en mis años mozos.

Y a veces me miro al espejo y me pregunto si pudiera conversar con ella, tomarme un tinto y sonreírle, ¿qué diría ella de lo que pasa por mi cabeza? ¿Qué me diría la tía Anaïs? ¿Les diría algo de lo que yo les digo a mis sobrinas en este blog o se reiría del sinsentido que tiene definir y redefinir el amor una y otra vez?

¿Qué le preguntaría?

Uf. Muy fácil.

—¿Por qué no te quedaste con Henry Miller?

¿Qué me respondería? Muy fácil:

—No me quedé con él porque sabía que me hundiría, porque me pudo más lo que tenía con Hugo, porque sería incapaz de hacerle daño. Henry era como un veneno dulce que sabes que olerás una vez en la vida, pero más de dos gotas son letales.

—La diferencia es que el veneno no se destruye a sí mismo.

—Exacto. En el fondo, Henry solo conocía el sufrimiento. No podía dejar que me arrastrara con él.

—¿Crees que una persona que solo conoce el mundo del sufrimiento está condenada a vivir allí?

—No está condenada, pero lo pensará dos veces para emprender el viaje del héroe y buscar un mundo de mayor felicidad. Hará todo lo posible para que los demás emprendan el viaje hacia su mundo.

—Eso en mi época se llama ser tóxico.

—Eso en mi época se llamaba ser bohemio e incomprendido.

—¿Te arrepientes?

—Pas du tout. Je ne regrette rien. Lo amé hasta el último segundo de mi vida. Lo he seguido amando en otras vidas… pero aprendí a amarlo de lejos.

—¿Algo para cerrar esta entrevista mental que nunca sucederá? ¿Algún mensaje para mis sobrinas y sobrinos y sobrines que te leen? (o sea, nadie, porque nadie lee este blog salvo mi mamá y mi sobrinita política).

—Sí. «Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo».
PS: Yo no me inventé lo del viaje del héroe; de hecho, es más viejo que la panela. Si no me creen, busquen en Google El héroe de las mil caras o miren esta imagen (robada, obvio). A lo mejor les sirve para evaluar su vida como si fuera una película y preguntarse: ¿Qué historia me cuento a diario? ¿En qué narrativa vivo? (Comedia, espero).

Réplicas

¿Han visto que siempre hay un personaje en los realities que dice la típica «Yo no vine a hacer amigos»?

Bueno. Juré que esa iba a ser yo.

¿Han visto que siempre hay un personaje en los realities que dice la típica «Yo no vine a hacer amigos»?

Bueno. Juré que esa iba a ser yo cuando cambié de trabajo.

«Tus amigos del trabajo no son tus amigos, son tus compañeros de trabajo».

Pero yo no puedo. Soy todo corazón y eso me hace mal. La última vez que tuve un combito en el trabajo, sentí que eran todo y cuando el trabajo se acabó, se me abrieron las heridas de abandono y sentí nuevamente el peso de la frase «Todos se van, solo te tienes a ti misma». Pérdidas.

Y entonces últimamente solo siento réplicas. Siento que me vuelven a pasar cosas que ya me habían pasado y no me importa. Siento dolores inevitables por perder aquello que sé que no me pertenece. A veces viene una persona extraña, que no conoces de nada, con la que ni has hablado más de dos minutos… ¡y paf! Te mira a los ojos y te recuerda que vas a causar dolor. Las miradas no mienten, el cuerpo tampoco.

Tiembla.

Algunas personas quedan inevitablemente en aquel rincón de lo que nunca será.

Tiembla.

Ese instante en el que pudiste decir algo y no lo dijiste.

Tiembla.

Esa canción que casi que te devuelve a la escritura y entonces nada vuelve a ser como antes.

Tiembla. Mierda, esto ya lo viví.

Esa fiesta a la que sabes que no vas a ir.

Tiembla.

Ese puedo, pero no debo.

Tiembla.

Vamos de paseo a Tausa con mis amigas del actual trabajo. No me importa. Las consideraré mis amigas. Ser vulnerable no es un pecado.

Tiembla.

Ese «Voy a contactar a…», pero mejor no. Eso es lo que me tiene jodida. Saber con anticipación que algo va a salir mal y que es por mi culpa. Pinche culpa y tú al lado. En realidad a veces uno sabe que las cosas se solucionarían con una llamada o un mensaje de texto, pero no. El 99 % de mis problemas me los armo solita en mi cabeza y no salen de ahí. He tenido la oportunidad de hablar con gente que podría hacerme millonaria, pero como soy estúpida no soy capaz de hablar, de llamar, de mandar un mensaje. He podido reparar o construir relaciones, pero el orgullo me puede. No hay manera de vivir con tantos «He podido» y la verdad me he cohibido porque sospecho que la línea que separa la cobardía de la prudencia es muy delgada. Y también porque tengo un miedo gigante al rechazo.

O porque sé que voy a causar un dolor ajeno. Eso me frena más.

Hay dolores que ni todo el Ho’ponopono del mundo puede reparar. No importa cuántas veces usted repita mentalmente «Lo siento, perdón, gracias, te amo», a veces es inevitable causar dolor. Todos somos el malo en el cuento de alguien más.

Tiembla.

Dopamina: ALV, no quiero ser normal

Siempre pensé que era un bicho raro, que tengo un ruidito y la teja corrida… creo que ahora sé porqué.

Por estos días tengo una obsesión con un libro. Ha sido tanta que cada vez que tengo un ratico libre, me pongo en la tarea. En pocas palabras, siento que encontré el santo grial y por fin entendí porqué soy así.

Por favor, si tiene la oportunidad de leerlo, no lo dude.

Sin más preámbulos, trataré de poner aquí algunos apartados, no sin antes aclarar que los autores son Daniel Z. Lieberman y Michael L. Long y que el libro se llama Dopamina. El subtítulo, quizás, es aún mejor:

¿Cómo una molécula condiciona de quién nos enamoramos, con quién nos acostamos, a quién votamos y qué nos depara el futuro?

¡Hágame el favor! La dopamina es básicamente la clave de todo. A ella le debemos que alguien en algún momento de la historia haya decidido dejar su zona cómoda, irse a aguantar frío y pasar por el estrecho de Bering hasta llegar a este chochal. A ella le debemos que Egan Bernal se haya ganado el Tour de Francia o que muchos de nosotros no podamos dejar una cosa en la lista de tareas sin tachar.

Lejos de ser la molécula del placer, como se pensó en alguna época, la dopamina es la sustancia de la anticipación, de fantasear con alcanzar la meta, de sentir placer con un resultado inesperado. No es ni buena ni mala, simplemente es la prueba de que el cerebro humano es perfecto y trata por todos los medios de regularse y hacer lo que sea para garantizar tu supervivencia.

El objetivo del sistema dopaminérgico es predecir el futuro y, cuando se produce una recompensa inesperada, enviar una señal que dice «Presta atención. Es hora de aprender algo nuevo sobre el mundo».

¿Y entonces cuando has anhelado tanto tanto algo y por fin llega? ¿Qué ocurre? Pues que incluso puedes sentir que te decepcionaste. ¿Por qué? Porque en la fantasía el helado sabía mejor, el vestido que viste en Instagram era más lindo y el beso con el que soñaste todos esos meses iba a ser mucho más intenso. Lo que nos lleva al siguiente punto:

¿Por qué se desvanece el amor? Nuestro cerebro está programado para anhelar lo inesperado y de este modo mirar hacia el futuro.

Si eres muy dopaminérgico, como tienden a serlo los escritores, los artistas y los músicos, la parte más importante del sexo seguramente tiene lugar antes del acto principal. Es la conquista. Cuando un objeto del deseo imaginario se convierte en una persona real, cuando la esperanza se sustituye por posesión, la función de la dopamina llega a su fin. La emoción ha desaparecido y el orgasmo es decepcionante.

Allá ustedes. No me responsabilizo de cualquier parecido con la realidad (juas).

Pero de vuelta a las últimas palabras del penúltimo párrafo citado: ¿Cómo mirar hacia el futuro si la emoción se acaba en algún punto?

Nuevamente: la naturaleza es perfecta y por eso te dio serotonina y otras sustancias que en el libro Lieberman y Long llaman «del aquí y el ahora». En el libro se pone un ejemplo de interacción entre la norepinefrina ―también sustancia del aquí y el ahora (es la misma adrenalina, solo que su nombre es distinto si está en la sangre o en el cerebro, mil disculpas por los términos poco científicos)― y la dopamina. Se cuenta un caso en el que un marinero pierde el control del timón del barco.

Cuando se rompió el mecanismo de dirección, la noreprinefrina empezó a surtir efecto. La emoción del miedo del aquí y ahora abrumó al marinero. Solo quería conseguir escapar de la situación.

Por unos segundos, el marinero desplaza su capacidad dopaminérgica: su cerebro no está para planear, para fantasear con el próximo puerto. Acto seguido, empieza a pensar con «cabeza fría» y ocurre la magia y envía un mensaje de socorro. Dicen los autores:

Sin embargo, el hecho de que pudiera sentir que estaba siendo presa del pánico pero que podía frenarlo indica que su sistema dopaminérgico no se había detenido del todo. Pasados solo unos segundos, la dopamina del control se activó totalmente y él empezó a planear de forma racional.

Uf. Estamos diseñados de la manera más perfecta. Las sustancias del cerebro, cuando están equilibradas, son una herramienta poderosísima. ¿Pero y si no?

Verse privado de los picos naturales de dopamina hacen del mundo un lugar aburrido y dificulta encontrar motivos para levantarse de la cama por las mañanas.

Errrda.

Y aún hay gente que piensa que estar deprimido es «no echarle ganas».

Los científicos pueden hacer que la gente se comporte de forma más conservadora dándoles medicamentos que estimulen la serotonina.

La madre. Yo siempre he querido ser normal, pero como dice una amiga «A la verga», prefiero seguir siendo un pájaro rebelde.

Cómo «stalkear» a alguien como un profesional

Solo porque hoy es viernes: una historia que te dará risa… o miedo.

Todo comenzó porque hace unas semanas mi amiga mencionó que había conocido un tipo la noche anterior y que no sabía si iba a volverlo a ver.

A partir de allí, el kráken había sido liberado.

Paso 1: ¿Cómo se llama el personaje?

Si usted no tiene el nombre y al menos un apellido, no hay mucho que pueda hacer.

Ella solo tenía el nombre.

Paso 2: ¿Amigos en común?

Después de revisar un par de perfiles, ¡bingo!

Normal. Todo el mundo sabe hacer eso.

Pero esperen. Aquí es donde realmente el cuento se pone interesante. Solo lo comparto por una razón, además he variado un par de detalles porque no me siento orgullosa de ser tan obsesiva 🙈. Conste que lo hago para que ustedes se pongan las pilas y cuiden su información (ajá, siempre la buena samaritana). Seré así de buena papa mientras en español esto no sea un delito (aún) y por eso tal vez lo siga haciendo de vez en cuando (sí, «claaaro»). Por lo pronto, cuídense. Y bueno, yo no digo nada porque tengo muchas cosas públicas que sé que no deberían estarlo, pero pues…

Sigamos: Le digo yo a mi amiga, ¿entonces ya tenemos el apellido del man?

—Fulanito De Tal.

—¿Qué más datos tenemos?

—Mencionó que trabajaba en EntidadDelGobierno.

Uy. Eso fue como haberme dicho que me regalaba un millón de dólares. Mi cerebro, sediento por esos días de dopamina, pedía otro chute. «Más, por favor, mááás…». Amo espiar a gente que no conozco, solo por diversión… Aunque confieso que estoy fuera del juego hace ya bastante tiempo, lo cual me permitió actualizar mis habilidades un poquito.

Paso 3: Vamos a Google. La vieja confiable: comillas en Google … «Fulanito de tal» «EntidadDel Gobierno»

A los cinco minutos yo ya tenía el número de cédula del man, cuánto ganaba y podía calcular más o menos desde hace cuánto trabajaba en la EntidadDelGobierno.

¿Por qué? Pues porque cuando usted estudia o trabaja o tiene algún tipo de vínculo con una universidad o institución del Estado, ya perdió. Sus datos están ahí.

Paso 4: Comillas en Google con la cédula.

Ese es más difícil porque pueden salir números al azar, pero vale la pena intentarlo.

Paso 5: Búsqueda del nombre con comillas e imágenes en todas sus formas posibles:

«Fulanito De Tal»

«Fulanito Tal»

«Fulanito De»

«De Tal, Fulanito»

Y bueno, mi amiga quedó impresionada con el montón de información que encontramos…

—Qué miedo, parce. ¿Se imagina que fuéramos unas locas que quisiéramos saber por dónde vive el man?

—Sí, Clari. Qué miedo.

—Aunque… ¿Quiere saber más o menos qué edad tiene? Página de la Registraduría.

Whaaat?

Paso 6: Búsqueda de registro civil con la cédula.

—Usted no va poder saber el día que nació exactamente, pero sí la notaría en la que el personaje sacó el registro civil cuando chiquito. Así que, si el registro dice 20 de marzo del 1980, usted más o menos calcula que el man nació tal vez en febrero (posiblemente piscis) y que debe tener más o menos 43 años.

—¡Qué miedooo!

—¿Miedo? Venga miramos a ver si encontramos el perfil de Instagram saltando de perfil en perfil asumiendo que tiene más o menos los mismos amigos que tienen en común en el Facebook.

—¡Tarááán! Perfil público.

* Se relame. *

Paso 7: Revisar si lo han etiquetado en alguna foto, revisar el perfil de las personas que más le comentan, revisar el tipo de cuentas que sigue.

—¡Mk, de verdad estamos muy locas!

—¿Quién la manda darme cuerda? Ojo que el man sigue las cuentas de la UniversidadTal, o sea que a lo mejor estudió ahí. No es un hecho, pero podría ser una pista.

—Clari, usted es el FBI, mk.

—No, si fuera el FBI averiguaría dónde vive el man, aunque…

Paso 8: Página de la Registraduría nuevamente: lugar de inscripción de la cédula.

—No me crea tan mk. Uno puede más o menos intuir en dónde podría, potencialmente, vivir el man.

Y bueno, así pasó. Me sentí orgullosa de haber prestado un servicio a la humanidad y me coroné con el máximo título de Doña ingenio soberana de las redes sociales 💅🏽. De haber tenido más pistas, le hubiera conseguido el Spotify, el perfil de YouTube y hasta hubiese averiguado si el man tenía un blog de cuando la gente hacía blogs (juaaa). Todo eso hasta que un par de días después TikTok me mostró el siguiente video y ahora mi reputación quedó reducida a una simple aficionada 😮:

@laamateur

👩🏻‍⚖️este es el linklk: https://consultaprocesos.ramajudicial.gov.co/Procesos/NombreRazonSocial

♬ sonido original – Laura • laamateur

Torn

Sobre algunas ideas y personas que solo vivirán en nuestra mente.

A principios de los 2000 yo era muy pendeja. Mucho más tal vez de lo que soy ahora (y tengo mis momentos). Me cantaba unas canciones tristes a todo pulmón [Torn de Natalia Imbruglia] y pensaba que tenía que ir hasta el fondo de mi dolor para entenderme. Creo que ahí empezó una depresión secreta con la que tal vez he cargado durante varios años en silencio. Puede ser depresión, ansiedad, ansiedad social, transtorno por déficit de atención. Aún no lo sé. No sé si quiera saberlo. He sido funcional por tanto tiempo que, a lo mejor no tengo nada y es video mío. A lo mejor solo es melancolía.

Hablando de videos. Volvamos a la pendeja del año 2000. La música era mi mecanismo para sacar todo lo que ni siquiera sabía que estaba ahí. Y entonces empecé a volverme una persona sombría, nada que ver con la Clara que vive muerta de la risa y que se quiere comer al mundo.

Soy una persona con hambre de vida [Hunter de Dido]. No puedo resistir mucho tiempo sin nadar con la corriente. De vez en cuando se me acaba la gasolina de niña bien portada —seguro es ansiedad lo que tengo— y el pájaro rebelde emerge… o el kraken. No puedo estarme quieta. No debo estarme quieta. —Tal vez déficit de atención—Donde hay movimiento hay vida.

El baile me ha salvado siempre. Me ha permitido incomodar a mi familia desde tiempos inmemoriables, me ha ayudado a ver mi verdadera esencia [recordé todo lo libre que era… no puedo conseguir, cambiar ni corregir lo que me corre las venas] y, una que otra vez, mostrarle a contadas personas cómo soy realmente. La escritura también. Pero la escritura me desnuda más y me aleja más de las personas, me expone más, me aterra más. No quiero y al mismo tiempo muero por revelar lo que hay en mi cabeza. Si tan solo se pudiera sin causar dolor

Parte de las razones por las que este blog estaba quieto era porque ya no había mucho por decir… y porque «¿Quién carajos lee blogs en 2023?». Y de repente pasa algo, algo pequeño, algo estúpido, una mirada, un gesto, un sabor, un consejo, una canción… algo, cualquier cosa, que te hace preguntarte si es el momento de volver al ruedo, de volver a decir cosas incómodas e incomodar al mundo así se te vengan las consecuencias que se te vengan y el agua te dé hasta el cuello.

El problema de incomodar a los demás es que primero se incomoda uno. Sacamos a todas las Claras a cantar en un carro imaginario y van todas gritándose verdades incómodas a lo Alanis [Ironic]. Ese es el problema de mi mente: va a mil haciéndose videos de cómo sería mi vida si… y se me olvida que tengo que vivir esta vida. Y si esta vida se vuelve plana, empiezo a buscar lo platónico para tener una novela en la cual vivir y un drama inexistente en la realidad para poderme alimentar de él y crear.

Tal vez no he crecido tanto como pensé. Tal vez sigo siendo la adolescente, la niñita, la pendeja.

¿A dónde se fue la mujer segura de sí misma que he logrado construir en estos últimos años? Está de vacaciones. Está el reemplazo: un dummie que no sabe hablar con los tipos [Why don’t you and I], que no sabe maquillarse la línea del ojo, que no tiene idea de cómo pagar impuestos y básicamente vive en una fantasía [Escena de He’s just not that into you o de Gossip Girl].

De repente todo tuvo sentido. Las obsesiones, las canciones, los amores del pasado. Todos son la misma persona. Es un historial de rechazos en el que el silencio ajeno se me convierte en obsesión.

Tal vez necesito terapia. Tal vez no. Tal vez solo aceptación. Aceptar que la vida va y que hay lazos que se van a romper inevitablemente, que hay dolores que voy a causar sin que yo quiera, que hay videos que vivirán en mi mente sin hacerse realidad, que todo eso está bien y que forma parte de mi universo narrativo. Tal vez si me lo repito lo suficiente, me crea mi propia mentira.

Kilometraje

Anoche me soñé que le hacía un cartel a un amigo que no estaba tomando riesgos.

En el sueño la frase era clara: «Los carros que van a 60 kilómetros por hora no están hechos para ir a esa velocidad».

Cuando me desperté, el mensaje no era tan obvio y tuve que anotarlo para digerirlo. Es simple: la velocidad es algo que se impone, algo aprendido, algo establecido por la ley, por el entorno… por algo externo. En realidad, un carro puede ir muchísimo más rápido… está en su capacidad. No obstante, a veces parece que tenemos que ir a la velocidad de los demás para evitar accidentes, para no ser «multados», para no sobrepasar el límite impuesto. En la vida real, el «lento, pero seguro» puede ser una estrategia sabia… o una excusa para no hacer las cosas y arriesgarse.

En el sueño, el letrero que le hacía a mi amigo decía: «Deja la bobada de una vez y atrévete».

Dicen que la mayoría de las veces soñamos con nosotros, no con otros. Entonces no es un mensaje para él, es un mensaje para la parte de él que yo veo en mí. Es un mensaje para la Clara joven, pues es la primera palabra que se me ocurre para describir a mi amigo: ahora que eres joven, hay que atreverse.

¿Hasta cuándo voy a tener que postergar ese pendiente? ¿Hasta cuándo seguiré quejándome por no hacer lo que hace rato quiero hacer? ¿Cuántos letreros y vallas voy a tener que hacerme a mí misma a ver si un día lo entiendo?

Estar en el lugar equivocado

Así como cuando Santos te da una lección…

Me ocurre, quizás con más frecuencia de la deseada, que me aburro fácilmente cuando no tengo resultados pronto, especialmente en el área laboral.

Digamos que esperar no es una de mis cualidades y a menudo, cuando me encuentro en situaciones en las que las cosas no avanzan, me canso y me voy.

He dejado trabajos, casi de la noche a la mañana, por esa misma causa: «aquí nada sale ya… y si sale, sale mal».

«¿Esto ayuda a alguien, aparte del dueño del aviso? La verdad es que no. Apague y vámonos».

En el trabajo actual estoy contenta, pero digamos que ayer recibí un pequeño recordatorio, para que no se me olvide que lo que hago, por pequeño que sea, puede hacer la diferencia.

El presidente de la República comenzó a hablar. No soy su fan, no me conoce, no lo conozco, no comparto muchas de sus estrategias, pero ayer me dio una lección en la distancia.

Apenas unas horas antes, me habían pedido que revisara unos fragmentos de un documento relacionado con la frontera agrícola, no todo y, por supuesto, no fui la única. Horas después, él lo presentaría como uno de los logros de su gobierno.

Yo no sé si eso sirva en el futuro. No lo sé, porque mi conocimiento frente al tema es limitado. Sin embargo, al mirar la transmisión de su presentación, apareció en la pantalla una foto tomada por uno de mis compañeros. ¡Qué orgullo!

Entonces entendí que lo que uno hace, ya sea barrer la puerta de su casa o dirigir un país, tiene implicaciones, tiene impacto.

Comprendí que, quizás por primera vez, había hecho algo concreto, chiquitito y anónimo, por mi país. ¡Qué alegría y qué bendición!

Estamos, casi siempre y aunque tal vez dudemos, en el lugar correcto.

¿La vida es sagrada?

¿Será verdad ese cuentico de que la vida es sagrada?

Juzgar es tan fácil. Tener miedo es tan fácil. Peor: vivir con miedo es tan fácil.

Esta semana, a raíz del debate en Argentina sobre el aborto, vi un par de páginas católicas en las que publicaban unos comentarios horribles… como si eso fuese lo que Yisus hubiera hecho o dicho.

Tal parece que la vida sí es sagrada, pero la de los que dicen tener la verdad. La vida es sagrada, pero pareciera que no la de las mujeres que han tenido que pasar por una situación de esas.

Tal parece que, en pleno siglo XXI, las elecciones no son sagradas ni respetadas, solo se juzga a la mujer y se le tilda de asesina… como si alguien pudiera tomar una decisión como esa muerto de risa.

No me malinterpreten, no es nada contra el catolicismo… yo misma comparto muchos de sus ideales, pero hay que reconocer que aún hay muchas cosas en que algunos humanos somos intransigentes y retrógrados.

¿De dónde viene esa necesidad de criticar a todo lo que no hace lo que yo haría, piensa como yo, tiene mis mismas preferencias sexuales o elige mi misma religión?

Sí, mi gente bella: la vida es sagrada. Es tan sagrada que no es para andar criticando la de los demás.

Si no le gusta el divorcio, no se divorcie. Si no le gusta el aborto, pues no aborte… Simple. Viva su vida, y evite el odio en las redes sociales y en su existencia terrenal.

Estoy segura de que Yisus debe estar con la mano en la frente y los ojos cerrados🤦🏻‍♂️, porque no entendimos nada como humanidad… Punto para Argentina.