Dopamina: ALV, no quiero ser normal

Siempre pensé que era un bicho raro, que tengo un ruidito y la teja corrida… creo que ahora sé porqué.

Por estos días tengo una obsesión con un libro. Ha sido tanta que cada vez que tengo un ratico libre, me pongo en la tarea. En pocas palabras, siento que encontré el santo grial y por fin entendí porqué soy así.

Por favor, si tiene la oportunidad de leerlo, no lo dude.

Sin más preámbulos, trataré de poner aquí algunos apartados, no sin antes aclarar que los autores son Daniel Z. Lieberman y Michael L. Long y que el libro se llama Dopamina. El subtítulo, quizás, es aún mejor:

¿Cómo una molécula condiciona de quién nos enamoramos, con quién nos acostamos, a quién votamos y qué nos depara el futuro?

¡Hágame el favor! La dopamina es básicamente la clave de todo. A ella le debemos que alguien en algún momento de la historia haya decidido dejar su zona cómoda, irse a aguantar frío y pasar por el estrecho de Bering hasta llegar a este chochal. A ella le debemos que Egan Bernal se haya ganado el Tour de Francia o que muchos de nosotros no podamos dejar una cosa en la lista de tareas sin tachar.

Lejos de ser la molécula del placer, como se pensó en alguna época, la dopamina es la sustancia de la anticipación, de fantasear con alcanzar la meta, de sentir placer con un resultado inesperado. No es ni buena ni mala, simplemente es la prueba de que el cerebro humano es perfecto y trata por todos los medios de regularse y hacer lo que sea para garantizar tu supervivencia.

El objetivo del sistema dopaminérgico es predecir el futuro y, cuando se produce una recompensa inesperada, enviar una señal que dice «Presta atención. Es hora de aprender algo nuevo sobre el mundo».

¿Y entonces cuando has anhelado tanto tanto algo y por fin llega? ¿Qué ocurre? Pues que incluso puedes sentir que te decepcionaste. ¿Por qué? Porque en la fantasía el helado sabía mejor, el vestido que viste en Instagram era más lindo y el beso con el que soñaste todos esos meses iba a ser mucho más intenso. Lo que nos lleva al siguiente punto:

¿Por qué se desvanece el amor? Nuestro cerebro está programado para anhelar lo inesperado y de este modo mirar hacia el futuro.

Si eres muy dopaminérgico, como tienden a serlo los escritores, los artistas y los músicos, la parte más importante del sexo seguramente tiene lugar antes del acto principal. Es la conquista. Cuando un objeto del deseo imaginario se convierte en una persona real, cuando la esperanza se sustituye por posesión, la función de la dopamina llega a su fin. La emoción ha desaparecido y el orgasmo es decepcionante.

Allá ustedes. No me responsabilizo de cualquier parecido con la realidad (juas).

Pero de vuelta a las últimas palabras del penúltimo párrafo citado: ¿Cómo mirar hacia el futuro si la emoción se acaba en algún punto?

Nuevamente: la naturaleza es perfecta y por eso te dio serotonina y otras sustancias que en el libro Lieberman y Long llaman «del aquí y el ahora». En el libro se pone un ejemplo de interacción entre la norepinefrina ―también sustancia del aquí y el ahora (es la misma adrenalina, solo que su nombre es distinto si está en la sangre o en el cerebro, mil disculpas por los términos poco científicos)― y la dopamina. Se cuenta un caso en el que un marinero pierde el control del timón del barco.

Cuando se rompió el mecanismo de dirección, la noreprinefrina empezó a surtir efecto. La emoción del miedo del aquí y ahora abrumó al marinero. Solo quería conseguir escapar de la situación.

Por unos segundos, el marinero desplaza su capacidad dopaminérgica: su cerebro no está para planear, para fantasear con el próximo puerto. Acto seguido, empieza a pensar con «cabeza fría» y ocurre la magia y envía un mensaje de socorro. Dicen los autores:

Sin embargo, el hecho de que pudiera sentir que estaba siendo presa del pánico pero que podía frenarlo indica que su sistema dopaminérgico no se había detenido del todo. Pasados solo unos segundos, la dopamina del control se activó totalmente y él empezó a planear de forma racional.

Uf. Estamos diseñados de la manera más perfecta. Las sustancias del cerebro, cuando están equilibradas, son una herramienta poderosísima. ¿Pero y si no?

Verse privado de los picos naturales de dopamina hacen del mundo un lugar aburrido y dificulta encontrar motivos para levantarse de la cama por las mañanas.

Errrda.

Y aún hay gente que piensa que estar deprimido es «no echarle ganas».

Los científicos pueden hacer que la gente se comporte de forma más conservadora dándoles medicamentos que estimulen la serotonina.

La madre. Yo siempre he querido ser normal, pero como dice una amiga «A la verga», prefiero seguir siendo un pájaro rebelde.

Eso: la decadencia de lo humano

«Definitivamente, no es humano», pensé. Entonces, ¿cómo sabemos qué lo es?

—¿Ustedes cómo ven a ese personaje?, preguntó alguien ayer en el club de lectura. Se refería claramente a Jean Baptiste Grenouille, protagonista de la novela El perfume: historia de un asesino.

«Definitivamente, no es humano», pensé. «Quizás tenga apariencia humana, pero en el mundo ficcional, y quizás más frecuentemente en la realidad, las apariencias nos engañan una y otra vez: por desgracia, no todo lo que parece humano resulta serlo».

¿Entonces cómo podemos definir a una criatura que se ve como humano, habla como humano, pero que carece de todo rasgo de humanidad? ¿Es acaso un robot? ¿Es tal vez un animal? ¿Es quizás un Meursault, protagonista de la novela El extranjero?

No. El robot tiene reglas, reglas instituidas por el humano y cuyo único fin es proteger a otros humanos. El animal tiene instinto. Si se comporta según unas reglas que no corresponden a las nuestras, esto solo puede deberse a su naturaleza, mas no al deseo en sí de hacer daño… hasta donde sabemos. ¿Y un hombre indiferente por excelencia como Meursault? Jamás. ¿Un hombre que no llora ni en el funeral de la mamá? De nuevo la ficción… No significa que no sufra.

¿Entonces qué nos diferencia de todo lo que no es humano?

¿Es acaso la risa… el llanto… la sensibilidad… la capacidad de maravillarnos por el entorno… el poder de creación que cada uno lleva dentro?

Grenouille jamás reía… y creo que tampoco lloraba. No obstante, tenía plena de su poder creador porque buscaba el grial de los perfumes, era sensible ante ellos… pero su objetivo no era desarrollarse como humano por medio de su creación. Todo lo contrario, su motivación era la búsqueda de la grandeza por sí misma. Ser grande, ser adorado, ser idolatrado… ¿ser amado?

Quizás, eso es lo que nos hace perder la humanidad. No solo es el deseo de obtener las cosas pasando por encima del que sea, sino que como consecuencia de todos nuestros actos aquella sensibilidad que nos caracteriza, se esfuma ante el dolor ajeno. La usamos para compadecernos de nosotros mismos… para crear una belleza suprema que no nos pertenece, para sentirnos mucho más que los demás, únicos dioses y dadores de vida, sin los cuales el universo no podría funcionar.

¿Habría cambiado el personaje si alguien le hubiese mostrado el mínimo de humanidad que nunca recibió ni aún en el vientre de su madre? Lo ignoro. ¿Cómo juzgarlo si es que no puede dar de lo que nunca recibió? ¿Cómo no repudiar sus actos infames?

Vamos de la ficción a la realidad. En tiempos de paz y de reconciliación, ¿seremos capaces de perdonar al individuo y repudiar sus acciones?

¿Qué le pasa al amor después de la boda?

«Él estaba hablando del amor (…), pero ella no entendía su lenguaje».

Fragmento de Gary Chapman en el libro Los cinco lenguajes del amor

En el área de la lingüística hay idiomas principales, tales como el japonés, chino, español, inglés, portugués, griego, alemán, francés. etcétera. La mayoría de nosotros crecimos aprendiendo el idioma de nuestros padres y parientes, el cual viene a ser nuestra primera y principal lengua, la nativa. Más tarde podemos aprender otros idiomas, pero por lo general con mucho esfuerzo. Estos vienen a ser nuestros idiomas secundarios. Hablamos y entendemos mejor nuestro idioma nativo; nos sentimos más cómo- dos hablando ese idioma. Mientras más usamos un idioma secundario, mejor nos sentiremos conversando en él. Si hablamos solamente nuestro idioma principal y nos encontramos con alguien que habla solamente su idioma principal. que es diferente del nuestro, nuestra comunicación será limitada. Debemos ayudamos con señales, gruñidos, dibujos o representaciones de nuestras ideas. Podemos comunicarnos, pero es difícil. Las diferencias de idioma han separado y dividido a la cultura humana. Si queremos comunicarnos en forma efectiva entre las diferentes culturas, debemos aprender el idioma de aquellos con quienes deseamos comunicarnos. En el área del amor es igual. Su lenguaje emocional amoroso y el lenguaje de su cónyuge pueden ser tan diferente como el chino del español. No importa cuánto se empeñe en expresar el amor en español, si su cónyuge entiende solamente chino nunca entenderán cómo amarse el uno al otro. Mi amigo en el avión hablaba el lenguaje de «Palabras de confirmación» a su tercera esposa, al decirle: «Le dije cuán hermosa era. Le dije que la amaba. Le dije cuán orgulloso estaba de ser su esposo». Él estaba hablando amor y era sincero, pero ella no entendía su lenguaje. Tal vez buscaba amor en su conducta y no lo encontraba. Ser sincero no es suficiente. Debemos aprender el lenguaje amoroso principal de nuestro cónyuge si queremos ser efectivos comunicadores de amor.