Un método para ahorrar más en 2018🐷💰✈

Por fin un método que vale la pena intentar…

Empecemos por lo primero: ¿Sí funciona?
La respuesta: Si yo ─que soy el desorden en persona─ pude, tú muy seguramente vas a poder.

Pasos:

0. Define para qué vas a ahorrar, esto te motivará a hacerlo de manera frecuente.
1. Consigue una alcancía, ojalá difícil de abrir.
2. Imprime este formato de ahorro o dibújalo en un cuaderno que no se te pierda fácilmente.
3. Cada semana del año, dependiendo de tus posibilidades, mete el dinero indicado en cada monedita y rellénala con algún color.

Piggy bank - Ahorro anual - 52 semanas.jpg

Aclaraciones:
1. La mínima cantidad será 1 y la máxima 52. El sistema ─que no es mío, sino que lo vi en internet─ está pensado originalmente para ahorrar en dólares. No obstante, tú lo puedes adaptar a la moneda de tu país multiplicando mentalmente cada cifra por 10, 100 o 1000. De esta manera, en pesos colombianos, uno podría ahorrar 1’378.000 o 138.000 al año.

2. No considero recomendable hacerlo diariamente. Por el contrario, es más conveniente elegir un día de la semana y depositar el dinero con regularidad. Esto permite que, si en la fecha elegida no hubo plata, uno tenga el resto de la semana para cumplir su meta.

3. Tampoco recomiendo hacerlo en orden (depositando 1000 en la semana 1, 2000 en la semana 2, etcétera), ya que no todas las semanas uno tiene la misma cantidad de dinero en efectivo. Por ejemplo, si un día recibiste dinero inesperado, puedes aprovechar y rellenar alguna de las monedas de mayor denominación.

4. Ten en cuenta que este es un ejercicio para fortalecer la constancia. No se trata de presionarte si por algún motivo no pudiste ahorrar en determinada semana, sino de darte cuenta de que puedes lograr muchas cosas con algo de creatividad y método.

Y tú, ¿conoces algún método efectivo para ahorrar o mejorar tus finanzas?

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La mejor lección que he recibido de mis estudiantes

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa».

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa»

Anónimo

Uno de mis estudiantes se presentó hoy ante otros padres de familia, su directora de grupo y otros compañeritos. Tenía que presentar un diálogo en inglés que le había ayudado a repasar durante el último mes y, para ser sincera, por un segundo pensé que se le iba a olvidar. Con los niños nunca se sabe, pero ellos la tienen más clara que uno.

Ayer, por ejemplo, él sabía para dónde iba:

—Y quiero que vayas, Clarita.

—¿Y a qué horas es?

—Es a las 7:30 de la mañana en el colegio.

Después de respirar profundamente y de que, en nanosegundos, las palabras «madrugada», «trancones» y «pinta» pasaran por mi mente, solo atiné a decirle, en tono de broma:

—Tú sabes que esto es puro amor, cierto? En otras palabras, más te vale que te salga perfecto porque voy a tener que levantarme a las cinco de la mañana para poder llegar a tu colegio, ¿no?

Él estaba seguro de que se iba a sacar la mejor nota. Yo no tanto. No me tomen a mal, confío en mis estudiantes y no dudo de sus capacidades… pero los nervios y la memoria a veces nos traicionan. Cuando se está frente a muchas personas todo puede pasar. Les ha ocurrido en los mejores escenarios y a los mejores actores.

Y sin embargo, el día no pudo ser peor. El disfraz que había escogido inicialmente no le gustó… Y, como consecuencia, se tuvo que cambiar varias veces, salió tarde de la casa, casi se enoja con la mamá… hasta que el reloj marcó las 7:05 y logró entrar a clase a las carreras.

A las 7:30, la puerta del salón se abrió y todos los padres de familia sacaron sus celulares para la respectiva foto de los niños. A las 7:50, me volvió el alma al cuerpo. No se equivocó en nada y le salió muy bien. No permitió que los momentos previos negativos opacaran aquello que ya había cultivado para ofrecer.

Minutos después, en el parqueadero del colegio, me preguntaba: «¿Cuántas veces no me ha pasado en mi vida de adulta que dejo que unos pocos segundos arruinen cosas por las que me he esforzado? ¿Cuántas veces he permitido que un enojo, una conversación, una foto en Facebook me fastidie el día o dañe los resultados de algo que venía preparando con mayor anticipación?»

Parece que soy una adulta a la que, de vez en cuando, se le olvida que ser niño es tenerla clara. ¡Peor! Soy una Clara a la que se le olvida a veces cómo tenerla clara.

Así que cuando la mamá me preguntó que qué iba a hacer, laboralmente, en el siguiente semestre, se me nubló la mente y no supe cómo responder. Aún no tengo nombre para la profesión que escogí. Quiero vivir de la escritura, y aunque lo que hago se parece bastante a la labor de un coach, un profesor o un escritor, aún no he podido encontrar una expresión que recoja las tres o cuyo significado dimensione todo lo que quiero hacer. Quiero ser el progreso que deseo ver en el exterior. Quiero poder ver el mundo con los ojos inocentes de un niño que cree que va a lograrlo, y lo logra. Eso sí, lo logra, pero no a punta de milagros, sino de acciones. Él no se limitó a decir que le iba a ir bien, sino que 1) estudió, 2) repasó y 3) confió en sí mismo.

No le fue bien como resultado de una fe ciega, sino de la constancia. Muchas veces, nosotros los adultos seguimos los dos primeros pasos y al tercero decimos que no vale la pena. Otros, del otro extremo, pecamos por exceso de confianza y empezamos en el paso tres esperando bajar de peso sin hacer ejercicio ni comer sanamente o aprender un idioma por iluminación del Espíritu Santo. «Claro, esas cosas pueden pasar». No conozco a una sola persona que le haya ocurrido pero, «Quién quita, yo voy a ser la excepción».

Y es que yo misma también me siento un poco como la excepción… en parte porque espero que mi trabajo sea reconocido al día siguiente de haberlo hecho (todo gracias a mis estándares mentales dignos de Hollywood), y en parte porque aunque sé que el gato va a caer de pie, me preocupo. Así que después de no poder(me) dar una respuesta clara sobre lo que voy a hacer en mi futuro, se me ocurrió que tal vez estoy en esa etapa en la que aún no veo los frutos.

«Maldita sea. Quiero levantarme un día y sentir que algo de lo que he hecho ha valido la pena», pensé.

Pero al mirar las fotos algo me hizo cambiar de opinión: Tal vez ese día haya sido hoy… tal vez hoy sea el comienzo de uno de esos días en los que se recoge la cosecha.

¿Ética y educación? De Fonseca a Samboní, aquí no pasa nada

Antes he callado. Hoy, si puedo levantar la mano y decirlo, lo voy a decir.

Lo que me enviaron me dejó perpleja. Cuando eso me pasa, trato de refugiarme en la escritura, pero el blog no parecía ser el lugar indicado para hacerlo. «El blog es sobre amor, y además no tengo datos ni fuentes, ya lo dijeron todo en el artículo del periódico» Minutos más tarde, «me llegó el clic». Me decidí a escribir porque creo que todos podemos aprender algo de esta situación. Antes he callado. Hoy, si puedo levantar la mano y decirlo, lo voy a decir.

Primero: el artículo Lo absurdo de denunciar plagio en la U. Pedagógica

Segundo, aquí vamos con la reflexión.

¿Será que llegó el día que tanto temíamos? ¿Estamos en un país en el que se castiga a todo aquel que usa su derecho para levantarse y decir que algo no está bien? ¿No es la meta de la Pedagógica —institución contra la cual no tengo nada y en la que, de hecho, estudiaron mi mamá, mis tías, mis amigas y otra gente muy querida que conozco— eso de ser «Formadora de formadores»?

Entonces en este país estamos «bien». «Aquí nunca pasan esas cosas».» Aquí se corrige a la gente» y todos felices. Aquí hace plagio un señor que años después viola una niña y no pasa nada. No conozco tan bien el caso de Yuliana Samboní y su innombrable victimario, como para afirmar o negar que en su juventud los que eran sus docentes trataron de hacerle un llamado de atención, pero lo imagino. Lo que sí conozco de primera mano es a la doctora Fonseca, a la que me referiré como Carmen, porque toda la vida la he llamado así.

La he visto mil veces. Jamás dudaría de su integridad ni de su ética.  La he visto en el entierro de mi tía, acompañándonos en una ciudad que ni siquiera era la suya. La he visto tomando decisiones difíciles como la de no saber si dejar un país para darle un mejor futuro a su hija. La he visto frente a un computador haciendo aplicaciones y llenando los mil y un formularios que piden para hacer un doctorado en física nuclear y con una beca de la Unión Europea que ya ni siquiera existe… porque, nota al pie, era una beca muy completa y, por lo mismo, le pedían hasta el alma. Y aún así,  intentar llegar a un consenso entre sus ideales personales y profesionales.

De niña, la recuerdo siempre con mi otra tía: Elvia. Carmen siempre motivó a Elvia para que entrara a la Nacional y Elvia siempre me motivó a mí. Así que puedo decir que fueron mis modelos… Y cuando las dos entraron a la Nacional, todos pensábamos que no iban nunca a salir de ahí por ñoñas… Siempre estaban discutiendo temas que yo nunca entendí y que jamás llegaré a entender: La una hablaba de física, la otra de química, y así se la pasaban soñando con la academia, resolviendo problemas, intentando, con toda la paciencia del caso, explicarme a mí —la menos científica de la familia— la diferencia entre accuracy y precision para alguna traducción técnica de las que hago. Eso es ser formadora y no solo de formadores, sino de gente de bien.

¿De qué nos sirven los profesionales «divinamente» o los «intelectuales del siglo XXI» si no son buenos seres humanos? ¿Para qué lo mandan a uno a una universidad sino es para acceder a lo universal?

No, señores. La universidad no es para que uno se llene de conocimientos. Para eso está wikipedia y videitos de Youtube. La academia es para llenarse la mente de cosas antes de salir a un mundo laboral que, entre otras cosas, tampoco es que esté pidiendo profesionales… y no, no tengo nada contra los técnicos. Fui técnica en inglés antes de entrar a la Nacional, pero las clases que cambiaron mi vida y mi perspectiva no siempre fueron las de mi carrera, sino las electivas que nada tenían que ver con lo que se suponía que debía aprender.

La Nacho me enseñó a ser una buena persona. Los Andes me enseñó a no pasarme la línea y ser tan inocente e ingenua. Y sé, yo sé que cada institución hace su esfuerzo, y pero son los docentes los que se dan cuenta de qué cosas hay por mejorar en sus estudiantes. Si no les prestamos atención, algo estamos haciendo mal.

Hace poco, en un grupo de profesores en Facebook (Profe, pórtese serio), un estudiante preguntó anónimamente «¿Han hecho perder a estudiantes que merecían pasar?». Ninguno de los docentes dijo que sí… o al menos en los comentarios que vi hasta ese momento. ¿Saben por qué? ¡Porque no lo hacemos!

Dado el tono de broma del grupo, no me aguanté y comenté «Los pelados de ahora creen que uno está pensando en cómo hacerlos sufrir… Y la verdad los profes pensamos más en cómo hacer para que entiendan, en si ya pagaron y en cuándo salimos a vacaciones 😂». Sí. Les tengo noticias, queridos estudiantes: no queremos joderlos. No nos interesa en lo más mínimo hacerlos sufrir. No nos acostamos pensando en cómo hacer para ponerles más tareas o para hacer que nos den dinero… porque, si algo sabíamos cuando nos metimos a estudiar esta vaina, es que la educación plata, lo que se dice plata, no da.

Así que el freno de mano no es gratis. Cuando vemos que algo anda mal, nos toca decirlo. Y procuramos decirlo con todo el amor del mundo. Nos toca a veces hacer de mamás y papás, y escuchar unas historias que dejarían congelados a algunos padres de familia. Pero lo hacemos con gusto y lo mínimo que esperamos es ser oídos… no que nos bajen el sueldo por hacerlo ni que nuestra ética profesional se comprometa «pasando al angelito».

¿Y cuál es la lección en todo esto? Que si puede hacer algo, aunque sea lo mínimo, para levantar su voz cuando se necesite, lo haga. Y, que si encuentra a su paso alguien que trata de explicarle con paciencia, valórelo. Son una especie en vía de extinción… especialmente ante un abuso de poder.