Estar en el lugar equivocado

Así como cuando Santos te da una lección…

Me ocurre, quizás con más frecuencia de la deseada, que me aburro fácilmente cuando no tengo resultados pronto, especialmente en el área laboral.

Digamos que esperar no es una de mis cualidades y a menudo, cuando me encuentro en situaciones en las que las cosas no avanzan, me canso y me voy.

He dejado trabajos, casi de la noche a la mañana, por esa misma causa: «aquí nada sale ya… y si sale, sale mal».

«¿Esto ayuda a alguien, aparte del dueño del aviso? La verdad es que no. Apague y vámonos».

En el trabajo actual estoy contenta, pero digamos que ayer recibí un pequeño recordatorio, para que no se me olvide que lo que hago, por pequeño que sea, puede hacer la diferencia.

El presidente de la República comenzó a hablar. No soy su fan, no me conoce, no lo conozco, no comparto muchas de sus estrategias, pero ayer me dio una lección en la distancia.

Apenas unas horas antes, me habían pedido que revisara unos fragmentos de un documento relacionado con la frontera agrícola, no todo y, por supuesto, no fui la única. Horas después, él lo presentaría como uno de los logros de su gobierno.

Yo no sé si eso sirva en el futuro. No lo sé, porque mi conocimiento frente al tema es limitado. Sin embargo, al mirar la transmisión de su presentación, apareció en la pantalla una foto tomada por uno de mis compañeros. ¡Qué orgullo!

Entonces entendí que lo que uno hace, ya sea barrer la puerta de su casa o dirigir un país, tiene implicaciones, tiene impacto.

Comprendí que, quizás por primera vez, había hecho algo concreto, chiquitito y anónimo, por mi país. ¡Qué alegría y qué bendición!

Estamos, casi siempre y aunque tal vez dudemos, en el lugar correcto.

Un método para ahorrar más en 2018🐷💰✈

Por fin un método que vale la pena intentar…

Empecemos por lo primero: ¿Sí funciona?
La respuesta: Si yo ─que soy el desorden en persona─ pude, tú muy seguramente vas a poder.

Pasos:

0. Define para qué vas a ahorrar, esto te motivará a hacerlo de manera frecuente.
1. Consigue una alcancía, ojalá difícil de abrir.
2. Imprime este formato de ahorro o dibújalo en un cuaderno que no se te pierda fácilmente.
3. Cada semana del año, dependiendo de tus posibilidades, mete el dinero indicado en cada monedita y rellénala con algún color.

Piggy bank - Ahorro anual - 52 semanas.jpg

Aclaraciones:
1. La mínima cantidad será 1 y la máxima 52. El sistema ─que no es mío, sino que lo vi en internet─ está pensado originalmente para ahorrar en dólares. No obstante, tú lo puedes adaptar a la moneda de tu país multiplicando mentalmente cada cifra por 10, 100 o 1000. De esta manera, en pesos colombianos, uno podría ahorrar 1’378.000 o 138.000 al año.

2. No considero recomendable hacerlo diariamente. Por el contrario, es más conveniente elegir un día de la semana y depositar el dinero con regularidad. Esto permite que, si en la fecha elegida no hubo plata, uno tenga el resto de la semana para cumplir su meta.

3. Tampoco recomiendo hacerlo en orden (depositando 1000 en la semana 1, 2000 en la semana 2, etcétera), ya que no todas las semanas uno tiene la misma cantidad de dinero en efectivo. Por ejemplo, si un día recibiste dinero inesperado, puedes aprovechar y rellenar alguna de las monedas de mayor denominación.

4. Ten en cuenta que este es un ejercicio para fortalecer la constancia. No se trata de presionarte si por algún motivo no pudiste ahorrar en determinada semana, sino de darte cuenta de que puedes lograr muchas cosas con algo de creatividad y método.

Y tú, ¿conoces algún método efectivo para ahorrar o mejorar tus finanzas?

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La mejor lección que he recibido de mis estudiantes

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa».

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa»

Anónimo

Uno de mis estudiantes se presentó hoy ante otros padres de familia, su directora de grupo y otros compañeritos. Tenía que presentar un diálogo en inglés que le había ayudado a repasar durante el último mes y, para ser sincera, por un segundo pensé que se le iba a olvidar. Con los niños nunca se sabe, pero ellos la tienen más clara que uno.

Ayer, por ejemplo, él sabía para dónde iba:

—Y quiero que vayas, Clarita.

—¿Y a qué horas es?

—Es a las 7:30 de la mañana en el colegio.

Después de respirar profundamente y de que, en nanosegundos, las palabras «madrugada», «trancones» y «pinta» pasaran por mi mente, solo atiné a decirle, en tono de broma:

—Tú sabes que esto es puro amor, cierto? En otras palabras, más te vale que te salga perfecto porque voy a tener que levantarme a las cinco de la mañana para poder llegar a tu colegio, ¿no?

Él estaba seguro de que se iba a sacar la mejor nota. Yo no tanto. No me tomen a mal, confío en mis estudiantes y no dudo de sus capacidades… pero los nervios y la memoria a veces nos traicionan. Cuando se está frente a muchas personas todo puede pasar. Les ha ocurrido en los mejores escenarios y a los mejores actores.

Y sin embargo, el día no pudo ser peor. El disfraz que había escogido inicialmente no le gustó… Y, como consecuencia, se tuvo que cambiar varias veces, salió tarde de la casa, casi se enoja con la mamá… hasta que el reloj marcó las 7:05 y logró entrar a clase a las carreras.

A las 7:30, la puerta del salón se abrió y todos los padres de familia sacaron sus celulares para la respectiva foto de los niños. A las 7:50, me volvió el alma al cuerpo. No se equivocó en nada y le salió muy bien. No permitió que los momentos previos negativos opacaran aquello que ya había cultivado para ofrecer.

Minutos después, en el parqueadero del colegio, me preguntaba: «¿Cuántas veces no me ha pasado en mi vida de adulta que dejo que unos pocos segundos arruinen cosas por las que me he esforzado? ¿Cuántas veces he permitido que un enojo, una conversación, una foto en Facebook me fastidie el día o dañe los resultados de algo que venía preparando con mayor anticipación?»

Parece que soy una adulta a la que, de vez en cuando, se le olvida que ser niño es tenerla clara. ¡Peor! Soy una Clara a la que se le olvida a veces cómo tenerla clara.

Así que cuando la mamá me preguntó que qué iba a hacer, laboralmente, en el siguiente semestre, se me nubló la mente y no supe cómo responder. Aún no tengo nombre para la profesión que escogí. Quiero vivir de la escritura, y aunque lo que hago se parece bastante a la labor de un coach, un profesor o un escritor, aún no he podido encontrar una expresión que recoja las tres o cuyo significado dimensione todo lo que quiero hacer. Quiero ser el progreso que deseo ver en el exterior. Quiero poder ver el mundo con los ojos inocentes de un niño que cree que va a lograrlo, y lo logra. Eso sí, lo logra, pero no a punta de milagros, sino de acciones. Él no se limitó a decir que le iba a ir bien, sino que 1) estudió, 2) repasó y 3) confió en sí mismo.

No le fue bien como resultado de una fe ciega, sino de la constancia. Muchas veces, nosotros los adultos seguimos los dos primeros pasos y al tercero decimos que no vale la pena. Otros, del otro extremo, pecamos por exceso de confianza y empezamos en el paso tres esperando bajar de peso sin hacer ejercicio ni comer sanamente o aprender un idioma por iluminación del Espíritu Santo. «Claro, esas cosas pueden pasar». No conozco a una sola persona que le haya ocurrido pero, «Quién quita, yo voy a ser la excepción».

Y es que yo misma también me siento un poco como la excepción… en parte porque espero que mi trabajo sea reconocido al día siguiente de haberlo hecho (todo gracias a mis estándares mentales dignos de Hollywood), y en parte porque aunque sé que el gato va a caer de pie, me preocupo. Así que después de no poder(me) dar una respuesta clara sobre lo que voy a hacer en mi futuro, se me ocurrió que tal vez estoy en esa etapa en la que aún no veo los frutos.

«Maldita sea. Quiero levantarme un día y sentir que algo de lo que he hecho ha valido la pena», pensé.

Pero al mirar las fotos algo me hizo cambiar de opinión: Tal vez ese día haya sido hoy… tal vez hoy sea el comienzo de uno de esos días en los que se recoge la cosecha.