¿Han visto que siempre hay un personaje en los realities que dice la típica «Yo no vine a hacer amigos»?
Bueno. Juré que esa iba a ser yo cuando cambié de trabajo.
«Tus amigos del trabajo no son tus amigos, son tus compañeros de trabajo».
Pero yo no puedo. Soy todo corazón y eso me hace mal. La última vez que tuve un combito en el trabajo, sentí que eran todo y cuando el trabajo se acabó, se me abrieron las heridas de abandono y sentí nuevamente el peso de la frase «Todos se van, solo te tienes a ti misma». Pérdidas.
Y entonces últimamente solo siento réplicas. Siento que me vuelven a pasar cosas que ya me habían pasado y no me importa. Siento dolores inevitables por perder aquello que sé que no me pertenece. A veces viene una persona extraña, que no conoces de nada, con la que ni has hablado más de dos minutos… ¡y paf! Te mira a los ojos y te recuerda que vas a causar dolor. Las miradas no mienten, el cuerpo tampoco.
Tiembla.
Algunas personas quedan inevitablemente en aquel rincón de lo que nunca será.
Tiembla.
Ese instante en el que pudiste decir algo y no lo dijiste.
Tiembla.
Esa canción que casi que te devuelve a la escritura y entonces nada vuelve a ser como antes.
Tiembla. Mierda, esto ya lo viví.
Esa fiesta a la que sabes que no vas a ir.
Tiembla.
Ese puedo, pero no debo.
Tiembla.
Vamos de paseo a Tausa con mis amigas del actual trabajo. No me importa. Las consideraré mis amigas. Ser vulnerable no es un pecado.
Tiembla.
Ese «Voy a contactar a…», pero mejor no. Eso es lo que me tiene jodida. Saber con anticipación que algo va a salir mal y que es por mi culpa. Pinche culpa y tú al lado. En realidad a veces uno sabe que las cosas se solucionarían con una llamada o un mensaje de texto, pero no. El 99 % de mis problemas me los armo solita en mi cabeza y no salen de ahí. He tenido la oportunidad de hablar con gente que podría hacerme millonaria, pero como soy estúpida no soy capaz de hablar, de llamar, de mandar un mensaje. He podido reparar o construir relaciones, pero el orgullo me puede. No hay manera de vivir con tantos «He podido» y la verdad me he cohibido porque sospecho que la línea que separa la cobardía de la prudencia es muy delgada. Y también porque tengo un miedo gigante al rechazo.
O porque sé que voy a causar un dolor ajeno. Eso me frena más.
Hay dolores que ni todo el Ho’ponopono del mundo puede reparar. No importa cuántas veces usted repita mentalmente «Lo siento, perdón, gracias, te amo», a veces es inevitable causar dolor. Todos somos el malo en el cuento de alguien más.
Tiembla.