¿Hay vida después del WhatsApp?

Érase una vez el WhatsApp pero tuve que matarlo.

Foto de un cuaderno de puntitos en el que se lee una cita de Nietzsche que dice: Los hilos invisibles son los lazos más fuertes

Así sucede. A veces hay cosas a las que les damos demasiada importancia y, al final, como casi todo en la vida, no la tienen.

Esta es la historia de todo lo que pensaba que iba a pasar y nunca pasó.

Queridas sobrinas:

Corría el año _____ (no lo voy a poner para que no hagan cuentas y deduzcan en dónde trabajaba, aunque tal vez ya las hicieron). Yo tenía el mejor jefe, el mejor grupito de compañeras y mi mayor preocupación era pensar qué pedir de domicilio en el celular. Era feliz y no lo sabía. Por supuesto, estaba en uno que otro grupo de WhatsApp: notificaciones silenciadas en la mayoría y tranquilidad total porque nada perturbaba mi paz.

Hasta que un día me cambiaron de jefe y los grupos que al principio solo eran de risas, juegos y diversión, pasaron a ser de quejadera, mensajes después de las 6 de la tarde y hastío total. Me empecé a desesperar.

Todos saben que una Clara desesperada es una criatura peligrosa porque comienza a desesperar al resto. Si me metes una idea constructiva en la cabeza, puedo ser la persona más creativa, linda y buena gente del planeta… pero con serpientes en mi cabeza, solo destilo veneno puro.

Semana tras semana mi grupito de amigas y yo resistíamos en un chat privado. Reírnos de nosotras mismas y de las cosas que nos pasaban era la única arma que teníamos para soportar la situación y hacernos la vida un poquito más llevadera.

Hasta que la olla a presión explotó y las hicieron ir a trabajar un sábado.

Por fortuna, me libré. Pero no se necesitaba tener una bolita de cristal para poder anticipar lo que nos esperaba. Sabía que, apenas pudiera, había que saltar de ese tren en movimiento. Entonces empecé a maquinar yo con yo:

—Debe haber alguna forma para que no me afecte.

—¿Y si renunciamos?

—¿Y de qué vamos a vivir, amigui?

—¿Y si vendemos nuestro cuerpecito y nos vamos a vivir a Timboktú?

—Si tan solo pudiéramos mantener el contacto solo dentro de los términos estrictamente necesarios… ¿pero cómo?

Y pasó mucho tiempo hasta que un día el papayazo vino por casualidad y se murió Facebook por un día.

Ese día todo el mundo fue feliz en esa oficina. Bueno, más o menos. En realidad muchos tenían miedo de la cantidad de mensajes que iban a tener al final del día en el dichoso grupito del trabajo. Pero yo no.

Descargué otra aplicación y santo remedio.

—¿Santo remedio? No exactamente, amigui. Te estás olvidando de contarles a tus sobris que realmente el primer pensamiento fue «Me van a echar».

Efectivamente. Se me pasaron todo tipo de ideas por la cabeza:

«Me van a echar».

«En el trabajo van a empezar a preguntar que por qué me salí, que si estoy brava, que si me meten otra vez al grupo, que no les salgo, que ahora cómo nos vamos a comunicar…»

«Mis amigas no me van a volver a hablar».

«Mi familia va a pensar que estoy molesta».

«Me van a echar».

«Pero a ver: ¿De verdad te pueden echar? ¿Legalmente pueden hacerlo? ¿Qué van a hacer? ¿Obligarte a instalar la aplicación y pagarte el plan de datos?».

«Teams y sale. Al que le gustó, le gustó. Y al que no, que llore. La entidad está pagando una licencia. Si se quieren comunicar conmigo, pues que utilicen los medios oficiales: me van a tener que escribir al correo, me tendrán que mandar chats por Teams o pues que me llamen, cuidado se gastan el minuto».

Pasó una semana.

Nada.

Pasó un mes.

Nada.

Escasamente un par de amigas me preguntaron que qué había pasado.

Muchos pensaron que de verdad era una pataleta y que volvería… que la presión social me haría volver.

Nunca pasó.

Pero lo que sí me enseñó esta experiencia es:

1. Que muchas cosas solo ocurren en tu mente… y nunca pasan en la realidad.

2. Que la gente que realmente te quiere en su vida, hará lo que sea para que estés: mis papás y mi novio descargaron la otra app, algunos amigos optaron por llamarme, yo comencé a buscar a la gente que realmente me importaba y nadie se murió. ¿Que le hago mucha falta? Pues ahí está el teléfono y los mensajes de texto. Déjese ver con una empanada y ya. Soy una mujer de placeres sencillos. ¿Que me hace mucha falta? Pues buscaré la forma de encontrarlo, verlo o comunicarme con usted. Simple.

3. Que algunas conexiones eran una mera ilusión. A veces en lugar de decirle a alguien «Hola, ¿te puedo marcar para saludarte?», terminaba teniendo conversaciones vacías por escrito que me llenaban más de soledad.

4. Que lo que ves en redes es un espejismo: la gente tiene tanto miedo a la soledad que se muestra siempre rodeada de otros y su forma de sentir compañía es un teléfono que los hace sentir como que siempre van a ser escuchados.

5. Que las peores noticias son las que más rápido se saben. Y los triunfos de otros también se difunden pronto. No me iba a perder de nada. En el hipotético caso en el que necesite saber el marcador de un partido, cosa que no creo que ocurra, se lo puedo preguntar a la persona de al lado. No pasa nada. Desde que los griegos inventaron la maratón al anunciar una victoria de una guerra, no hay nada realmente urgente, todas las urgencias nos las hemos inventado los humanos para justificar que un día nos vamos a morir y que ese día podría ser hoy. Meh. Y si fuera hoy, pues tampoco sería tan urgente.