Sobre la hipocresía bogotana y otros demonios

No sabía que era hipócrita… ¿o sí?

Tengo una amiga que siempre me propone los planes. Siempre es ella la que me sugiere algo para hacer y yo, como persona desvirolada que soy, casi siempre o le cancelo o no le propongo nada más. O, mejor dicho, no le proponía.

Esa era la realidad hasta que un día se me paró en la raya y, hablando de otros temas, me dijo:

—Estoy mamada de tener siempre que ser yo la que busca a la gente. Ya no quiero más tener a personas en mi vida que no hacen ni lo mínimo para que yo esté en la de ellas.

Y no estábamos hablando directamente de mí, pero me cayó el veinte. Ese mismo día puse un recordatorio en el calendario —Yo sé, es muy ñoño y algunos dirán que si yo la quisiera en mi vida orgánicamente la buscaría, pero créanme, mi cerebro no funciona así, necesita estructura porque si no, se queda en la casa viendo Netflix—. Entonces cada mes me pita el celular un día específico y sé que al menos una vez al mes —y debería ser más— voy a escribirle o molestarla o mandar señales para vernos, eso sí, esta vez con un plan.

¿Por qué les cuento esto?

Porque la semana pasada nos vimos y me contó que había leído un artículo en el que decía que los rolos (los de Bogotá) tenemos fama de hipócritas.

—¿De hipócritas? (Imagínense mi cara, especialmente si me conocen).

Mi reacción inmediata fue como «No me parece. Para nada. ¿Así nos perciben?»

Esperen, sobrinis.

Entonces sacó el celular y me leyó un pedacito:

Una defensa de la fría y lluviosa Bogotá, una ciudad que a veces cuesta querer

El británico Richard Blair es uno de los principales artífices de la internacionalización de la música colombiana: produjo a Carlos Vives, Sidestepper, Bomba Estéreo y Aterciopelados, entre otros exponentes de la diversidad sonora colombiana, que mucho le debe a la capital.

[…]

Mientras se toma un té, Blair aborda una de las principales críticas a los bogotanos: que son hipócritas, que no dicen las cosas.

«Hay una institución clásica bogotana que es huir de la cita», me dice. «Un juego de tenis a ver quién es el primero que cancela o se esconde para no concretar la reunión. Un europeo lo puede ver como pereza o hipocresía, pero yo lo veo como filosóficamente avanzado, porque evita el roce y garantiza el deseo de cada uno».

«Y eso se añade al formalismo, que a mí al principio me emputaba (daba rabia), porque no se dicen las cosas, pero luego me di cuenta de que es una manera de entendernos«.

La cortesía es una institución bogotana, en efecto. Expresiones como «qué pena con usted» para lanzar un ataque o «me regala» para pedir que le vendan algo revelan cierto apego por los eufemismos.

—Uf. ¡Tiene toda la razón!

Y tras pensar un poco en el pasado, proseguí:

—Esto me recuerda un poco cuando me dijiste lo de las amistades a las que toca rogarles para verse. Uno aquí a veces cancela el plan por puro frío… pero tampoco es lo suficientemente frentero para decirlo. O saca el cuatro letras y no propone un nuevo plan… y luego le va dando prioridad a otras relaciones que al final no son tan significativas o a gente a la que uno le vale. ¿Por qué somos así?🙈😂🤦🏽‍♀️😂

En ese sentido sí somos hipócritas. Evitamos el conflicto, pero no de la manera correcta. No decimos «Fecha tentativa» ni hacemos lo posible por salir de la zona cómoda. Bueno, hablo por mí. A veces me digo que no tengo tiempo y me creo la mentira. Por eso me tocó poner el recordatorio en el calendario.

Sí. Ya sé. Hay amistades con las que no tengo que hacer eso. ¿Por qué? Porque las veo en el trabajo, porque las veo en salsa… ¿pero y si no? Hay gente que aún quiero en mi vida, pero tampoco me esfuerzo. Así que por favor conmigo es con agenda y con lista en mano de personas que suman y multiplican en mi vida. No sé quién tenga que leer esto, pero tal vez sea este el recordatorio para revisar qué amistades se deben cultivar, qué amistades se deben reactivar y qué capítulos se deben cerrar.

🎵Se acerca la navidad y a todos nos va a alegrar🎵

PD: Si sumercé nota ese comportamiento de lejura de mi parte, está autorizadis para jalarme las orejas. Prometo reaccionar.

Las mozas no cuidan gripas (o la parte 2 del chisme de Monserrate)

Porque ustedes lo pidieron… la segunda parte del chisme.

Mis múltiples ocupaciones —léase la tesis que tengo que entregar sí o sí en ocho días— no me habían permitido ponerme al día con el chisme. No obstante, a todo se le saca tiempo en la vida… especialmente al cotilleo. Esta es mi pausa activa. Prioridades, gente. Por eso, queridis sobrinis, aquí va el recuento de la historia de esta amiga, a la que llamaremos Cami, la misma que quería subir a Monserrate para estar 2600 metros más cerca de las estrellas.

Por fin me pudo contar los detalles de su historia, así que reproduciré mis notas mentales aquí para el beneficio de todas las demás:

1. El tipo no había salido de la nada como yo pensé. No lo conoció en un gimnasio y no hubo nadie que le propusiera a nadie salir.

¿Cómo así?

Pues eso pasa cuando le das mal el prompt a tu tía ClaraGPT. Si no me das contexto, mi algoritmo va a rellenar con información basura y te va entregar un pésimo consejo.

2. Lo conoció en una de esas apps móviles.

Ahí ya empezamos mal. No es nada en contra de las apps, prometo explicar mi lógica después.

3. Ella fue la que propuso el plan.

Oook…

A ver. Vamos de nuevo: Camila ve a un muchacho que le parece lindo en una app. En primer lugar, no sabemos por qué le dio por abrir la app, pero asumamos que estaba especialmente social ese día y quería hacer algún plan. Ok. Luego le manda la ¿solicitud? (Tu tía Clara no sabe cómo funcionan ahora esas cosas ahora, así que omitamos ese detalle). Acto seguido, Cami se dice mentalmente «Naj, no me va a agregar porque está muy bueno y todas le deben caer». Ajá. Shhh. Quietos ahí que todos estamos viendo lo mismo, pero no le digamos aún.

Hacen match o como se diga ahora.

Empiezan a hablar.

Me faltan datos sobre quién le habló a quién y esas pequeñeces, pero dado que no se conocen, me parecen irrelevantes.

Listo. El tipo resulta ser un extranjero que lleva en Bogotá más de dos meses. Le vamos a poner Gary. Y qué cosas, Garito no ha ido a Monserrate (¿¿¿En todo este tiempo???). Ergo, ella propone el plan.

¿Le dicen o le digo?

Bueno. Sigamos.

Démosle el beneficio de la duda e imaginémonos que es que el man no ha subido aún a pie… o lo que sea.

Pasan a hablarse por WhatsApp y cuadran los detalles de la cita.

Ahí es cuando Cami se paniquea y entiende que el plan propuesto tiene fallas.

En algún momento, no sé si antes o después de haberme contado el chisme a mí, ¡paf! El man le dice a Cami que no, que gracias, pero que cambien el plan porque está muy temprano. El man ni ha empezado a jugar y yo ya le saqué una amarilla.

Y ahí es cuando a Cami se le empieza a bajar la batería social y ya los mensajitos empiezan a disminuir de lado y lado, y esta semana básicamente ya le dio pereza el man y lo borró.

Así que aquí va mi análisis del partido con goles, repeticiones y tarjetas amarillas:

  1. ¿Vieron que mi amiga empezó con poca confianza desde el camerino o como se llame en fútbol? Así no se puede, equipo.
  2. Hay personas que requieren una conexión emocional, una razón, un motivo, un empujoncito extra para decir «Sí, vamos a ir a una cita con XYZ, vamos a jugar estos 90 minutos». En mi caso particular, el hecho de que un man sea «bonito» no hace que me quiera parar de la cama, arreglarme (con todo lo que eso implica) aguantarme algún trancón y sacar plata (no me importa si el man tiene presupuestado pagar, yo llevo mi plata sí o sí). Simplemente no es suficiente. El man tiene que haberme dado parla antes para que mi cerebro quiera generar dopamina o lo que sea que genere y saber que el rato divertido es más importante que quedarme en mi camita viendo series… Aclaro que no es la responsabilidad única del man hablarme o generarme esa sensación, es algo que se da naturalmente en la conversación. Nadie ama lo que no conoce. Así de simple. No te puedes entusiasmar solo con unos ojos bonitos. O al menos yo no funciono así. Necesito un pre. En resumen: de nada sirve tener a James en el equipo si no pones a calentar primero.
  3. Gracias a Dios por el instinto. De alguna manera, tu falta de entusiasmo te salvó. Uno a veces no confía en su tripa, pero la tripa siempre sabe. Si no te sientes al 80 % mínimo para ir a una cita, mmm… Ni vayas porque ni la vas a pasar bien tú, ni le vas a hacer pasar un buen momento a la otra persona. O ve y mentalmente toma la decisión de ir sabiendo que no estás en tu mejor momento y da lo que puedas. Es decir, sé consciente de tu decisión, sea cual sea… Igualito que cuando dices «Pues pa’ eso trabajo»: todos sabemos que lo que sigue después de eso es una compra pendeja… pendeja, pero consciente.
  4. Pérdida por W. ¿Qué más puedo decir?
  5. Rueda de prensa. Palabras de la profe: «Las muchachas dieron lo mejor de sí. Desafortunadamente en esta ocasión no se nos dio, las oportunidades de gol estuvieron muy cerca, pero seguiremos entrenando y la gloria es para Dios»😂. En otras palabras, lo importante es que creo que Cami aprendió que su autoestima no puede depender de un man (y estaba lindo, pero no era así que uno dijera «Ush, papasito, colonízame», pues no). Además, uno en el fondo quiere un man que si tiene que levantarse a ir a una pinche montaña por uno, vaya. ¿Por qué? ¿Será que la tía Clara quiere un man que no existe? No. Existen los manes que lo darían todo por ti, pero tienen que conocerte primero (y por conocerte no quiero decir ver tus fotos). Para que alguien muera realmente por ti, tiene que sentir que vale la pena morir por ti. ¡Crijto bendito!

Lo digo porque las relaciones no son fáciles. La gente se enferma, le dan mocos, se tira pedos, le toca pagar la declaración de renta… escoje una pareja con la que subir a Monserrate a las 7 de la mañana sea un paseo comparado con las cosas a las que realmente te enfrentarías en el día a día. Escoge una pareja con la que la aventura de ir a la tienda a comprar el pan y la leche sea incluso divertido. No siempre lo será, pero al menos 8 de cada 10 veces sí. Después de todo, las mozas no cuidan gripas.

Monserrate o consejos pa’ levantar – Parte 1

El consultorio de la tía Clara siempre está abierto para las preguntas más importantes de la vida… y para las bobadas también.

La conversación fue más o menos así:
—Tía Clara, necesito un consejo. Voy a ir a Monserrate con un sujeto y siento que si subimos las escaleras se va a morir y yo voy a llegar refea. ¿Es muy grave la subida?

Adivinen qué fue lo primero que pensé.

Efectivamente: esto es material para un post.

Así que aquí van los consejos no solicitados para una primera cita.

  1. Si el man ya le pidió salir, no creo que usted le parezca fea.

De hecho, mi amiga es particularmente bonita. Y no bonita de «Ay, lo digo porque es mi amiga». Parce, es el tipo de vieja que los manes dicen «Mk, está linda, pase el Instagram». No es ese tipo de linda que uno de vieja dice «Ay, es bonita» y que los manes dicen «Meh». No. Es el tipo de vieja que nunca está soltera porque dura cinco minutos soltera y de una llega el chulo que ha estado haciendo fila desde hace rato.

PEEERO, como todas las mujeres bonitas y buena gente, tiene sus inseguridades. Así que la tía Clara, que también tiene muchas inseguridades pero que sabe lo que es levantarse a un man sudada, despeinada y con los respectivos olores que puede causar una clase de salsa, tiene algo que decirte:

Amiga: mientras haya tetas, el sudor y el despeine se vuelven secundarios.

2. El man no se va a infartar. ¿Tú de verdad crees que propuso un plan que lo haga ver como un perdedor?

Y si es así… Ese no es tu problema.

El 99 % de los manes, a menos que sea un tonto del culo, no te van a proponer un plan que los haga ver mal. ¿Por qué? Pues porque rara vez van a mostrar su fragilidad en la primera cita. Apuesto que lo conociste en el gimnasio, querida… Y lo que el man quiere es mostrar su estado físico. Si es así, pues diviértete, conócelo, mira el man qué pitos… pero eso tal vez te hable de las inseguridades del man. Y bueno, recuerda que la tía Clara también se puede equivocar, así que mejor que seas tú la que me des o no la razón.

3. ¿Es muy grave la subida?
No sé. La última vez que subí a Monserrate a pie fue en el año de… * Hiperventila de solo pensarlo *… Ah, ¡Mira! ¡Donas!
Si comes donas, la bajada va a ser más fácil. Mentiras.

4. De nuevo… ¿Quién habrá propuesto el plan?

La última vez que subí con un novio a Monserrate me terminó en tres días. (Aquí entre nos, yo creo que el man no sabía cómo terminarme y eso fue lo único que se le ocurrió 🤦🏽‍♀️)

5. ¿Dónde quedó el plan tradicional y conservador de ir a cine y luego a tomarse algo? ¿Estoy pasada de moda? ¿Qué sigue? ¿Invitaciones a subir una montaña a las 6 de la mañana y desayuno vegano?

Obvio sí. ¿Por qué tomar consejos de una treintona sexy que por ratos aún es insegura y no ha ligado hace más de 9 años? ¡Pues fácil! Porque hay algo que enloquece a los manes, no importa la edad que tengas o si incluso vas a casarte… y te compartiré este secreto, amiga, solo para que no se vaya conmigo a la tumba.

El secreto es…

[Pausa dramática]

Ah, pero antes te voy a decir todo lo que no es.

  • No es seguir un manual.
  • No es pensar que hay fórmulas mágicas
  • No es hacer lo que dicen tus amigas (que están igual o más perdidas que tú)
  • No es hacer lo que dicen las revistas (yo siempre pensé que iba a trabajar en Cosmopolitan o en la revista Tú, pero ya ven…)
  • No es hacerse la difícil ni la interesante (ya eres interesante, otra cosa es que la otra persona quiera descubrirlo y, si no, pues toma tu ticket y al final de la fila).

Lo único que me ha funcionado es ser auténtica, hacer tus propias reglas y saber cuándo romperlas. Ah, y mover el culo. Mover el culo es básico. Aprende a moverte con gracia, amiga. Eso sí, de nada sirve mover el funkete si uno no es auténtico. Una vez alguien me dijo que dejara de ser como Tribilín, porque eso no era sexy. Y no, no lo es… pero también es parte de mi esencia hacer chistes bobos y tener un lado naïve. Así que lo que hice fue no mostrarlo de primerazo, pero tampoco negarlo. De hecho, no soy la mujer más chistosa de la tierra y, sin embargo, doy fe de que hay dos hombres que se rien de mis chistes de papá: mi primo y mi novio… así que para todo hay público, para todo hay cliente.

Si a un sujeto en cuestión no le gusta ese lado frívolo, pues no merece conocer el lado interesante o el mejor lado que tengas. No se trata de mentirle ni de mentirte a ti misma, porque tarde o temprano el castillo de naipes se va a caer. Se trata de divertirte mostrando quién eres poco a poco y permitiendo que la otra persona lo descubra. En algún punto o les gustará a ambos lo que ven («Esto es lo que hay«) o definitivamente alguien se desilusionará y cuanto más pronto mejor para no perder tiempo («Donde no puedas amar no te demores»).

Nuevamente, abogo por las muestras de vulnerabilidad. Sin embargo, en nuestra cultura, es poco probable que las personas se muestren tal y como son, o que revelen sus vulnerabilidades porque sienten que eso es ser débil… así que a veces toca ir con cuidado para no espantar a la gente que no está preparada para la awesomeness (porque el que no ha visto a Dios cuando lo ve se asusta)… y ya verás que después de los 30 te vale: eres una chimba y no te da pena mostrar que lo eres. Que huyan solitos los que se les arruga.

¿Hay vida después del WhatsApp?

Érase una vez el WhatsApp pero tuve que matarlo.

Así sucede. A veces hay cosas a las que les damos demasiada importancia y, al final, como casi todo en la vida, no la tienen.

Esta es la historia de todo lo que pensaba que iba a pasar y nunca pasó.

Queridas sobrinas:

Corría el año _____ (no lo voy a poner para que no hagan cuentas y deduzcan en dónde trabajaba, aunque tal vez ya las hicieron). Yo tenía el mejor jefe, el mejor grupito de compañeras y mi mayor preocupación era pensar qué pedir de domicilio en el celular. Era feliz y no lo sabía. Por supuesto, estaba en uno que otro grupo de WhatsApp: notificaciones silenciadas en la mayoría y tranquilidad total porque nada perturbaba mi paz.

Hasta que un día me cambiaron de jefe y los grupos que al principio solo eran de risas, juegos y diversión, pasaron a ser de quejadera, mensajes después de las 6 de la tarde y hastío total. Me empecé a desesperar.

Todos saben que una Clara desesperada es una criatura peligrosa porque comienza a desesperar al resto. Si me metes una idea constructiva en la cabeza, puedo ser la persona más creativa, linda y buena gente del planeta… pero con serpientes en mi cabeza, solo destilo veneno puro.

Semana tras semana mi grupito de amigas y yo resistíamos en un chat privado. Reírnos de nosotras mismas y de las cosas que nos pasaban era la única arma que teníamos para soportar la situación y hacernos la vida un poquito más llevadera.

Hasta que la olla a presión explotó y las hicieron ir a trabajar un sábado.

Por fortuna, me libré. Pero no se necesitaba tener una bolita de cristal para poder anticipar lo que nos esperaba. Sabía que, apenas pudiera, había que saltar de ese tren en movimiento. Entonces empecé a maquinar yo con yo:

—Debe haber alguna forma para que no me afecte.

—¿Y si renunciamos?

—¿Y de qué vamos a vivir, amigui?

—¿Y si vendemos nuestro cuerpecito y nos vamos a vivir a Timboktú?

—Si tan solo pudiéramos mantener el contacto solo dentro de los términos estrictamente necesarios… ¿pero cómo?

Y pasó mucho tiempo hasta que un día el papayazo vino por casualidad y se murió Facebook por un día.

Ese día todo el mundo fue feliz en esa oficina. Bueno, más o menos. En realidad muchos tenían miedo de la cantidad de mensajes que iban a tener al final del día en el dichoso grupito del trabajo. Pero yo no.

Descargué otra aplicación y santo remedio.

—¿Santo remedio? No exactamente, amigui. Te estás olvidando de contarles a tus sobris que realmente el primer pensamiento fue «Me van a echar».

Efectivamente. Se me pasaron todo tipo de ideas por la cabeza:

«Me van a echar».

«En el trabajo van a empezar a preguntar que por qué me salí, que si estoy brava, que si me meten otra vez al grupo, que no les salgo, que ahora cómo nos vamos a comunicar…»

«Mis amigas no me van a volver a hablar».

«Mi familia va a pensar que estoy molesta».

«Me van a echar».

«Pero a ver: ¿De verdad te pueden echar? ¿Legalmente pueden hacerlo? ¿Qué van a hacer? ¿Obligarte a instalar la aplicación y pagarte el plan de datos?».

«Teams y sale. Al que le gustó, le gustó. Y al que no, que llore. La entidad está pagando una licencia. Si se quieren comunicar conmigo, pues que utilicen los medios oficiales: me van a tener que escribir al correo, me tendrán que mandar chats por Teams o pues que me llamen, cuidado se gastan el minuto».

Pasó una semana.

Nada.

Pasó un mes.

Nada.

Escasamente un par de amigas me preguntaron que qué había pasado.

Muchos pensaron que de verdad era una pataleta y que volvería… que la presión social me haría volver.

Nunca pasó.

Pero lo que sí me enseñó esta experiencia es:

1. Que muchas cosas solo ocurren en tu mente… y nunca pasan en la realidad.

2. Que la gente que realmente te quiere en su vida, hará lo que sea para que estés: mis papás y mi novio descargaron la otra app, algunos amigos optaron por llamarme, yo comencé a buscar a la gente que realmente me importaba y nadie se murió. ¿Que le hago mucha falta? Pues ahí está el teléfono y los mensajes de texto. Déjese ver con una empanada y ya. Soy una mujer de placeres sencillos. ¿Que me hace mucha falta? Pues buscaré la forma de encontrarlo, verlo o comunicarme con usted. Simple.

3. Que algunas conexiones eran una mera ilusión. A veces en lugar de decirle a alguien «Hola, ¿te puedo marcar para saludarte?», terminaba teniendo conversaciones vacías por escrito que me llenaban más de soledad.

4. Que lo que ves en redes es un espejismo: la gente tiene tanto miedo a la soledad que se muestra siempre rodeada de otros y su forma de sentir compañía es un teléfono que los hace sentir como que siempre van a ser escuchados.

5. Que las peores noticias son las que más rápido se saben. Y los triunfos de otros también se difunden pronto. No me iba a perder de nada. En el hipotético caso en el que necesite saber el marcador de un partido, cosa que no creo que ocurra, se lo puedo preguntar a la persona de al lado. No pasa nada. Desde que los griegos inventaron la maratón al anunciar una victoria de una guerra, no hay nada realmente urgente, todas las urgencias nos las hemos inventado los humanos para justificar que un día nos vamos a morir y que ese día podría ser hoy. Meh. Y si fuera hoy, pues tampoco sería tan urgente.

¿Cómo sobrevivir a un amor tóxico?

Si pudieran conversar con esa persona que ustedes creen que tiene todas las respuestas, ¿qué le preguntarían?

La base narrativa de todos los buenos libros, al menos en el mundo occidental, es siempre la misma: alguien vive en un mundo y un día, de la nada, recibe una «invitación» para visitar otro.

Siempre es lo mismo. ¿Blancanieves?

Sí. Vive en un castillo relativamente feliz, hasta que un día su madrastra la manda matar y termina en una casa limpiando la casa de unos sujetos que, probablemente, aún sean vírgenes.

¿Drácula?

Un mancito tiene una novia y su vida es relativamente tranquila, hasta que le da por dejarla e irse a un viaje de negocios dizque a visitar un cliente. El cliente resulta ser un loco obsesionado con la sangre que además ahora le quiere gusanear a la novia. ¿Quién lo manda irse por allá?

¿La vorágine?
Un man se mete en la selva, le pasan mil cosas y, #SpoilerAlert, de allá no sale. Otra vez: ¿Quién hps lo mandó a irse por allá?

Y así con todas las obras literarias y películas que alguna vez han valido la pena… o bueno, independientemente de la calidad, casi con cualquier peli de Hollywood.

Siempre detrás de toda narración hay un cambio de estado… ya sea físico o mental, el protagonista cambia o algo en su manera de ver el mundo cambia. Por eso es que nos gustan tanto las historias de amor: porque quizás no hay nada más transformador.

El enamoramiento tiene la capacidad de hacernos ver el mundo como envuelto en una atmósfera rosa o puede convertir el día más soleado en un momento gris. El amor, al contrario, cuando es verdadero, nos ayuda a ver las cosas con más claridad.

Anaïs Nin decía que no vemos las cosas como son sino como somos.

Ay, Dios. Si ustedes me conocen, saben que estoy obsesionada con Anaïs Nin.

Lo estoy porque, de vez en cuando, cada cierto tiempo, tal vez una vez por década, tal vez una vez por siglo, aparecen estrellas fugaces, seres que parecen haberlo entendido todo, personas adelantadas a su tiempo. Para mí, eso es lo que significó haberme acercado un poquito a Anaïs en mis años mozos.

Y a veces me miro al espejo y me pregunto si pudiera conversar con ella, tomarme un tinto y sonreírle, ¿qué diría ella de lo que pasa por mi cabeza? ¿Qué me diría la tía Anaïs? ¿Les diría algo de lo que yo les digo a mis sobrinas en este blog o se reiría del sinsentido que tiene definir y redefinir el amor una y otra vez?

¿Qué le preguntaría?

Uf. Muy fácil.

—¿Por qué no te quedaste con Henry Miller?

¿Qué me respondería? Muy fácil:

—No me quedé con él porque sabía que me hundiría, porque me pudo más lo que tenía con Hugo, porque sería incapaz de hacerle daño. Henry era como un veneno dulce que sabes que olerás una vez en la vida, pero más de dos gotas son letales.

—La diferencia es que el veneno no se destruye a sí mismo.

—Exacto. En el fondo, Henry solo conocía el sufrimiento. No podía dejar que me arrastrara con él.

—¿Crees que una persona que solo conoce el mundo del sufrimiento está condenada a vivir allí?

—No está condenada, pero lo pensará dos veces para emprender el viaje del héroe y buscar un mundo de mayor felicidad. Hará todo lo posible para que los demás emprendan el viaje hacia su mundo.

—Eso en mi época se llama ser tóxico.

—Eso en mi época se llamaba ser bohemio e incomprendido.

—¿Te arrepientes?

—Pas du tout. Je ne regrette rien. Lo amé hasta el último segundo de mi vida. Lo he seguido amando en otras vidas… pero aprendí a amarlo de lejos.

—¿Algo para cerrar esta entrevista mental que nunca sucederá? ¿Algún mensaje para mis sobrinas y sobrinos y sobrines que te leen? (o sea, nadie, porque nadie lee este blog salvo mi mamá y mi sobrinita política).

—Sí. «Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo».
PS: Yo no me inventé lo del viaje del héroe; de hecho, es más viejo que la panela. Si no me creen, busquen en Google El héroe de las mil caras o miren esta imagen (robada, obvio). A lo mejor les sirve para evaluar su vida como si fuera una película y preguntarse: ¿Qué historia me cuento a diario? ¿En qué narrativa vivo? (Comedia, espero).

Réplicas

¿Han visto que siempre hay un personaje en los realities que dice la típica «Yo no vine a hacer amigos»?

Bueno. Juré que esa iba a ser yo.

¿Han visto que siempre hay un personaje en los realities que dice la típica «Yo no vine a hacer amigos»?

Bueno. Juré que esa iba a ser yo cuando cambié de trabajo.

«Tus amigos del trabajo no son tus amigos, son tus compañeros de trabajo».

Pero yo no puedo. Soy todo corazón y eso me hace mal. La última vez que tuve un combito en el trabajo, sentí que eran todo y cuando el trabajo se acabó, se me abrieron las heridas de abandono y sentí nuevamente el peso de la frase «Todos se van, solo te tienes a ti misma». Pérdidas.

Y entonces últimamente solo siento réplicas. Siento que me vuelven a pasar cosas que ya me habían pasado y no me importa. Siento dolores inevitables por perder aquello que sé que no me pertenece. A veces viene una persona extraña, que no conoces de nada, con la que ni has hablado más de dos minutos… ¡y paf! Te mira a los ojos y te recuerda que vas a causar dolor. Las miradas no mienten, el cuerpo tampoco.

Tiembla.

Algunas personas quedan inevitablemente en aquel rincón de lo que nunca será.

Tiembla.

Ese instante en el que pudiste decir algo y no lo dijiste.

Tiembla.

Esa canción que casi que te devuelve a la escritura y entonces nada vuelve a ser como antes.

Tiembla. Mierda, esto ya lo viví.

Esa fiesta a la que sabes que no vas a ir.

Tiembla.

Ese puedo, pero no debo.

Tiembla.

Vamos de paseo a Tausa con mis amigas del actual trabajo. No me importa. Las consideraré mis amigas. Ser vulnerable no es un pecado.

Tiembla.

Ese «Voy a contactar a…», pero mejor no. Eso es lo que me tiene jodida. Saber con anticipación que algo va a salir mal y que es por mi culpa. Pinche culpa y tú al lado. En realidad a veces uno sabe que las cosas se solucionarían con una llamada o un mensaje de texto, pero no. El 99 % de mis problemas me los armo solita en mi cabeza y no salen de ahí. He tenido la oportunidad de hablar con gente que podría hacerme millonaria, pero como soy estúpida no soy capaz de hablar, de llamar, de mandar un mensaje. He podido reparar o construir relaciones, pero el orgullo me puede. No hay manera de vivir con tantos «He podido» y la verdad me he cohibido porque sospecho que la línea que separa la cobardía de la prudencia es muy delgada. Y también porque tengo un miedo gigante al rechazo.

O porque sé que voy a causar un dolor ajeno. Eso me frena más.

Hay dolores que ni todo el Ho’ponopono del mundo puede reparar. No importa cuántas veces usted repita mentalmente «Lo siento, perdón, gracias, te amo», a veces es inevitable causar dolor. Todos somos el malo en el cuento de alguien más.

Tiembla.

Dopamina: ALV, no quiero ser normal

Siempre pensé que era un bicho raro, que tengo un ruidito y la teja corrida… creo que ahora sé porqué.

Por estos días tengo una obsesión con un libro. Ha sido tanta que cada vez que tengo un ratico libre, me pongo en la tarea. En pocas palabras, siento que encontré el santo grial y por fin entendí porqué soy así.

Por favor, si tiene la oportunidad de leerlo, no lo dude.

Sin más preámbulos, trataré de poner aquí algunos apartados, no sin antes aclarar que los autores son Daniel Z. Lieberman y Michael L. Long y que el libro se llama Dopamina. El subtítulo, quizás, es aún mejor:

¿Cómo una molécula condiciona de quién nos enamoramos, con quién nos acostamos, a quién votamos y qué nos depara el futuro?

¡Hágame el favor! La dopamina es básicamente la clave de todo. A ella le debemos que alguien en algún momento de la historia haya decidido dejar su zona cómoda, irse a aguantar frío y pasar por el estrecho de Bering hasta llegar a este chochal. A ella le debemos que Egan Bernal se haya ganado el Tour de Francia o que muchos de nosotros no podamos dejar una cosa en la lista de tareas sin tachar.

Lejos de ser la molécula del placer, como se pensó en alguna época, la dopamina es la sustancia de la anticipación, de fantasear con alcanzar la meta, de sentir placer con un resultado inesperado. No es ni buena ni mala, simplemente es la prueba de que el cerebro humano es perfecto y trata por todos los medios de regularse y hacer lo que sea para garantizar tu supervivencia.

El objetivo del sistema dopaminérgico es predecir el futuro y, cuando se produce una recompensa inesperada, enviar una señal que dice «Presta atención. Es hora de aprender algo nuevo sobre el mundo».

¿Y entonces cuando has anhelado tanto tanto algo y por fin llega? ¿Qué ocurre? Pues que incluso puedes sentir que te decepcionaste. ¿Por qué? Porque en la fantasía el helado sabía mejor, el vestido que viste en Instagram era más lindo y el beso con el que soñaste todos esos meses iba a ser mucho más intenso. Lo que nos lleva al siguiente punto:

¿Por qué se desvanece el amor? Nuestro cerebro está programado para anhelar lo inesperado y de este modo mirar hacia el futuro.

Si eres muy dopaminérgico, como tienden a serlo los escritores, los artistas y los músicos, la parte más importante del sexo seguramente tiene lugar antes del acto principal. Es la conquista. Cuando un objeto del deseo imaginario se convierte en una persona real, cuando la esperanza se sustituye por posesión, la función de la dopamina llega a su fin. La emoción ha desaparecido y el orgasmo es decepcionante.

Allá ustedes. No me responsabilizo de cualquier parecido con la realidad (juas).

Pero de vuelta a las últimas palabras del penúltimo párrafo citado: ¿Cómo mirar hacia el futuro si la emoción se acaba en algún punto?

Nuevamente: la naturaleza es perfecta y por eso te dio serotonina y otras sustancias que en el libro Lieberman y Long llaman «del aquí y el ahora». En el libro se pone un ejemplo de interacción entre la norepinefrina ―también sustancia del aquí y el ahora (es la misma adrenalina, solo que su nombre es distinto si está en la sangre o en el cerebro, mil disculpas por los términos poco científicos)― y la dopamina. Se cuenta un caso en el que un marinero pierde el control del timón del barco.

Cuando se rompió el mecanismo de dirección, la noreprinefrina empezó a surtir efecto. La emoción del miedo del aquí y ahora abrumó al marinero. Solo quería conseguir escapar de la situación.

Por unos segundos, el marinero desplaza su capacidad dopaminérgica: su cerebro no está para planear, para fantasear con el próximo puerto. Acto seguido, empieza a pensar con «cabeza fría» y ocurre la magia y envía un mensaje de socorro. Dicen los autores:

Sin embargo, el hecho de que pudiera sentir que estaba siendo presa del pánico pero que podía frenarlo indica que su sistema dopaminérgico no se había detenido del todo. Pasados solo unos segundos, la dopamina del control se activó totalmente y él empezó a planear de forma racional.

Uf. Estamos diseñados de la manera más perfecta. Las sustancias del cerebro, cuando están equilibradas, son una herramienta poderosísima. ¿Pero y si no?

Verse privado de los picos naturales de dopamina hacen del mundo un lugar aburrido y dificulta encontrar motivos para levantarse de la cama por las mañanas.

Errrda.

Y aún hay gente que piensa que estar deprimido es «no echarle ganas».

Los científicos pueden hacer que la gente se comporte de forma más conservadora dándoles medicamentos que estimulen la serotonina.

La madre. Yo siempre he querido ser normal, pero como dice una amiga «A la verga», prefiero seguir siendo un pájaro rebelde.

¿Se va a morir Rubén?

Nadie se muere en la víspera… pero, ¿uno sí podrá estar preparado?

«Abel Antonio no muere todavía, Abel Antonio muere cuando Dios lo necesite».

Abel Antonio Villa

Anoche yo salí de cine decepcionada de la vida. Quizás es porque me gustó bastante la película —y no es sarcasmo, en serio me gustó— o porque tal vez le hice una lectura que no sé si otros le hicieron. Aquellos a los que les faltaron datos, los que necesitaban biografía… poco entendieron de la película. Esta no es una peli de su vida, como otros creen, esta es una señal muy clara de su muerte.

Rubén anoche nos lo dijo y no sé si aún somos capaces de digerirlo. Rubén se va a morir, se está muriendo.

Pura especulación mía, lo sé. En ninguna parte de la película lo dice. Yo solo lo sentí.

Rubén Blades nos gritó, desde la escena uno hasta la última, que se va a morir y necesita dejar todo ya en orden. Habla de la fatalidad como instrumento para hacer las cosas. Habla, sin decirlo, de que no quiere ser recordado como un tipo incoherente —porque además para nada lo es—, y nos pide además que recordemos que ya es inmortal.

Creo que uno, en la cúspide de su carrera, debe dejar registro de lo que hizo para que a alguien le sirva, así sea solo a uno y a su conciencia humana. Como dice, palabras más, palabras menos, Rubén… sin arrepentimientos, porque solo el que no ha vivido tiene de qué arrepentirse. El que no hizo lo que quiso tiene miedo a la muerte, porque sabe que la hora llega y nunca terminó ni la mitad de la tarea.

Decía Gabo, en 1996,  después de que le diagnosticaran cáncer: «Por el temor de no tener tiempo para terminar los tres tomos de mis memorias y dos libros de cuentos que tenía a medias, reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde».

Y es que una autobiografía es un regalo al mundo… pero sobretodo es un regalo a uno porque le permite recordar que no lo hizo del todo mal. Y no es para limpiarse la conciencia, se los aseguro, ese no es ni de lejos el caso de Rubén y menos el de Gabo; es para que los otros superen pronto la idea de su muerte, porque en realidad el alma es inmortal, así como una vida bien vivida.

Los grandes de los grandes empacan la maleta, son precavidos. Gabo empezó a empacarla con Vivir para contarla (2002) y luego recontando una historia ajena que siempre quiso contar, a su manera: Memoria de mis putas tristes (2004). Eso es como grabar una canción que no es de uno, pero a la que ha amado siempre en el silencio. Pregúntenle a Bunbury qué habrá sentido al hacer su versión de Aunque no sea conmigo.

Por cierto, siempre he pensado que la mejor novela de Gabo no es ninguna de sus novelas (What?) , sino su autobiografía [Entre otras cosas, porque Vivir para contarla no es solo una historia, es una declaración, es un propósito de vida, es el resumen en una línea de lo que vino a hacer ese man aquí en la Tierra]. Y la razón es que nadie —salvo él mismo— podría decir que los sucesos fantásticos que cuenta no son completamente ciertos. Si algo nos enseñó Gabito en ese largo cuento, porque eso es, es que después de cierto tiempo los recuerdos se vuelven tan difusos que uno tiene que traslaparlos con la fantasía… y que la realidad supera la ficción. Los testigos ven la casualidad como algo que les pasa por el frente. A Gabo la casualidad lo atropellaba.

Y así.

Cuando se aseguró de que todos lo teníamos claro, Gabo se fue, podría decirse, en paz. Esto es propio de alguien próximo a la inmortalidad, que sabe que después de su muerte la gente hablará bien y mal de él, y no estará presente para defenderse… o corroborar sus pilatunas.

Sé que la fatalidad y el morir joven son algunas de las cosas que caracterizan a muchos de los grandes. Y también sé que todos nos vamos a morir, pero no encuentro aún la forma de procesar esta idea con Rubén.

En fin. Tengo la sensación de que anoche asistimos, de manera colectiva y hasta inesperada, a un funeral adelantado. Ojalá me equivoque. Ojalá sea yo la fatalista. Ojalá no sea cáncer. Ojalá.

Kilometraje

Anoche me soñé que le hacía un cartel a un amigo que no estaba tomando riesgos.

En el sueño la frase era clara: «Los carros que van a 60 kilómetros por hora no están hechos para ir a esa velocidad».

Cuando me desperté, el mensaje no era tan obvio y tuve que anotarlo para digerirlo. Es simple: la velocidad es algo que se impone, algo aprendido, algo establecido por la ley, por el entorno… por algo externo. En realidad, un carro puede ir muchísimo más rápido… está en su capacidad. No obstante, a veces parece que tenemos que ir a la velocidad de los demás para evitar accidentes, para no ser «multados», para no sobrepasar el límite impuesto. En la vida real, el «lento, pero seguro» puede ser una estrategia sabia… o una excusa para no hacer las cosas y arriesgarse.

En el sueño, el letrero que le hacía a mi amigo decía: «Deja la bobada de una vez y atrévete».

Dicen que la mayoría de las veces soñamos con nosotros, no con otros. Entonces no es un mensaje para él, es un mensaje para la parte de él que yo veo en mí. Es un mensaje para la Clara joven, pues es la primera palabra que se me ocurre para describir a mi amigo: ahora que eres joven, hay que atreverse.

¿Hasta cuándo voy a tener que postergar ese pendiente? ¿Hasta cuándo seguiré quejándome por no hacer lo que hace rato quiero hacer? ¿Cuántos letreros y vallas voy a tener que hacerme a mí misma a ver si un día lo entiendo?

Estar en el lugar equivocado

Así como cuando Santos te da una lección…

Me ocurre, quizás con más frecuencia de la deseada, que me aburro fácilmente cuando no tengo resultados pronto, especialmente en el área laboral.

Digamos que esperar no es una de mis cualidades y a menudo, cuando me encuentro en situaciones en las que las cosas no avanzan, me canso y me voy.

He dejado trabajos, casi de la noche a la mañana, por esa misma causa: «aquí nada sale ya… y si sale, sale mal».

«¿Esto ayuda a alguien, aparte del dueño del aviso? La verdad es que no. Apague y vámonos».

En el trabajo actual estoy contenta, pero digamos que ayer recibí un pequeño recordatorio, para que no se me olvide que lo que hago, por pequeño que sea, puede hacer la diferencia.

El presidente de la República comenzó a hablar. No soy su fan, no me conoce, no lo conozco, no comparto muchas de sus estrategias, pero ayer me dio una lección en la distancia.

Apenas unas horas antes, me habían pedido que revisara unos fragmentos de un documento relacionado con la frontera agrícola, no todo y, por supuesto, no fui la única. Horas después, él lo presentaría como uno de los logros de su gobierno.

Yo no sé si eso sirva en el futuro. No lo sé, porque mi conocimiento frente al tema es limitado. Sin embargo, al mirar la transmisión de su presentación, apareció en la pantalla una foto tomada por uno de mis compañeros. ¡Qué orgullo!

Entonces entendí que lo que uno hace, ya sea barrer la puerta de su casa o dirigir un país, tiene implicaciones, tiene impacto.

Comprendí que, quizás por primera vez, había hecho algo concreto, chiquitito y anónimo, por mi país. ¡Qué alegría y qué bendición!

Estamos, casi siempre y aunque tal vez dudemos, en el lugar correcto.