Las mozas no cuidan gripas (o la parte 2 del chisme de Monserrate)

Porque ustedes lo pidieron… la segunda parte del chisme.

Mis múltiples ocupaciones —léase la tesis que tengo que entregar sí o sí en ocho días— no me habían permitido ponerme al día con el chisme. No obstante, a todo se le saca tiempo en la vida… especialmente al cotilleo. Esta es mi pausa activa. Prioridades, gente. Por eso, queridis sobrinis, aquí va el recuento de la historia de esta amiga, a la que llamaremos Cami, la misma que quería subir a Monserrate para estar 2600 metros más cerca de las estrellas.

Por fin me pudo contar los detalles de su historia, así que reproduciré mis notas mentales aquí para el beneficio de todas las demás:

1. El tipo no había salido de la nada como yo pensé. No lo conoció en un gimnasio y no hubo nadie que le propusiera a nadie salir.

¿Cómo así?

Pues eso pasa cuando le das mal el prompt a tu tía ClaraGPT. Si no me das contexto, mi algoritmo va a rellenar con información basura y te va entregar un pésimo consejo.

2. Lo conoció en una de esas apps móviles.

Ahí ya empezamos mal. No es nada en contra de las apps, prometo explicar mi lógica después.

3. Ella fue la que propuso el plan.

Oook…

A ver. Vamos de nuevo: Camila ve a un muchacho que le parece lindo en una app. En primer lugar, no sabemos por qué le dio por abrir la app, pero asumamos que estaba especialmente social ese día y quería hacer algún plan. Ok. Luego le manda la ¿solicitud? (Tu tía Clara no sabe cómo funcionan ahora esas cosas ahora, así que omitamos ese detalle). Acto seguido, Cami se dice mentalmente «Naj, no me va a agregar porque está muy bueno y todas le deben caer». Ajá. Shhh. Quietos ahí que todos estamos viendo lo mismo, pero no le digamos aún.

Hacen match o como se diga ahora.

Empiezan a hablar.

Me faltan datos sobre quién le habló a quién y esas pequeñeces, pero dado que no se conocen, me parecen irrelevantes.

Listo. El tipo resulta ser un extranjero que lleva en Bogotá más de dos meses. Le vamos a poner Gary. Y qué cosas, Garito no ha ido a Monserrate (¿¿¿En todo este tiempo???). Ergo, ella propone el plan.

¿Le dicen o le digo?

Bueno. Sigamos.

Démosle el beneficio de la duda e imaginémonos que es que el man no ha subido aún a pie… o lo que sea.

Pasan a hablarse por WhatsApp y cuadran los detalles de la cita.

Ahí es cuando Cami se paniquea y entiende que el plan propuesto tiene fallas.

En algún momento, no sé si antes o después de haberme contado el chisme a mí, ¡paf! El man le dice a Cami que no, que gracias, pero que cambien el plan porque está muy temprano. El man ni ha empezado a jugar y yo ya le saqué una amarilla.

Y ahí es cuando a Cami se le empieza a bajar la batería social y ya los mensajitos empiezan a disminuir de lado y lado, y esta semana básicamente ya le dio pereza el man y lo borró.

Así que aquí va mi análisis del partido con goles, repeticiones y tarjetas amarillas:

  1. ¿Vieron que mi amiga empezó con poca confianza desde el camerino o como se llame en fútbol? Así no se puede, equipo.
  2. Hay personas que requieren una conexión emocional, una razón, un motivo, un empujoncito extra para decir «Sí, vamos a ir a una cita con XYZ, vamos a jugar estos 90 minutos». En mi caso particular, el hecho de que un man sea «bonito» no hace que me quiera parar de la cama, arreglarme (con todo lo que eso implica) aguantarme algún trancón y sacar plata (no me importa si el man tiene presupuestado pagar, yo llevo mi plata sí o sí). Simplemente no es suficiente. El man tiene que haberme dado parla antes para que mi cerebro quiera generar dopamina o lo que sea que genere y saber que el rato divertido es más importante que quedarme en mi camita viendo series… Aclaro que no es la responsabilidad única del man hablarme o generarme esa sensación, es algo que se da naturalmente en la conversación. Nadie ama lo que no conoce. Así de simple. No te puedes entusiasmar solo con unos ojos bonitos. O al menos yo no funciono así. Necesito un pre. En resumen: de nada sirve tener a James en el equipo si no pones a calentar primero.
  3. Gracias a Dios por el instinto. De alguna manera, tu falta de entusiasmo te salvó. Uno a veces no confía en su tripa, pero la tripa siempre sabe. Si no te sientes al 80 % mínimo para ir a una cita, mmm… Ni vayas porque ni la vas a pasar bien tú, ni le vas a hacer pasar un buen momento a la otra persona. O ve y mentalmente toma la decisión de ir sabiendo que no estás en tu mejor momento y da lo que puedas. Es decir, sé consciente de tu decisión, sea cual sea… Igualito que cuando dices «Pues pa’ eso trabajo»: todos sabemos que lo que sigue después de eso es una compra pendeja… pendeja, pero consciente.
  4. Pérdida por W. ¿Qué más puedo decir?
  5. Rueda de prensa. Palabras de la profe: «Las muchachas dieron lo mejor de sí. Desafortunadamente en esta ocasión no se nos dio, las oportunidades de gol estuvieron muy cerca, pero seguiremos entrenando y la gloria es para Dios»😂. En otras palabras, lo importante es que creo que Cami aprendió que su autoestima no puede depender de un man (y estaba lindo, pero no era así que uno dijera «Ush, papasito, colonízame», pues no). Además, uno en el fondo quiere un man que si tiene que levantarse a ir a una pinche montaña por uno, vaya. ¿Por qué? ¿Será que la tía Clara quiere un man que no existe? No. Existen los manes que lo darían todo por ti, pero tienen que conocerte primero (y por conocerte no quiero decir ver tus fotos). Para que alguien muera realmente por ti, tiene que sentir que vale la pena morir por ti. ¡Crijto bendito!

Lo digo porque las relaciones no son fáciles. La gente se enferma, le dan mocos, se tira pedos, le toca pagar la declaración de renta… escoje una pareja con la que subir a Monserrate a las 7 de la mañana sea un paseo comparado con las cosas a las que realmente te enfrentarías en el día a día. Escoge una pareja con la que la aventura de ir a la tienda a comprar el pan y la leche sea incluso divertido. No siempre lo será, pero al menos 8 de cada 10 veces sí. Después de todo, las mozas no cuidan gripas.

Monserrate o consejos pa’ levantar – Parte 1

El consultorio de la tía Clara siempre está abierto para las preguntas más importantes de la vida… y para las bobadas también.

La conversación fue más o menos así:
—Tía Clara, necesito un consejo. Voy a ir a Monserrate con un sujeto y siento que si subimos las escaleras se va a morir y yo voy a llegar refea. ¿Es muy grave la subida?

Adivinen qué fue lo primero que pensé.

Efectivamente: esto es material para un post.

Así que aquí van los consejos no solicitados para una primera cita.

  1. Si el man ya le pidió salir, no creo que usted le parezca fea.

De hecho, mi amiga es particularmente bonita. Y no bonita de «Ay, lo digo porque es mi amiga». Parce, es el tipo de vieja que los manes dicen «Mk, está linda, pase el Instagram». No es ese tipo de linda que uno de vieja dice «Ay, es bonita» y que los manes dicen «Meh». No. Es el tipo de vieja que nunca está soltera porque dura cinco minutos soltera y de una llega el chulo que ha estado haciendo fila desde hace rato.

PEEERO, como todas las mujeres bonitas y buena gente, tiene sus inseguridades. Así que la tía Clara, que también tiene muchas inseguridades pero que sabe lo que es levantarse a un man sudada, despeinada y con los respectivos olores que puede causar una clase de salsa, tiene algo que decirte:

Amiga: mientras haya tetas, el sudor y el despeine se vuelven secundarios.

2. El man no se va a infartar. ¿Tú de verdad crees que propuso un plan que lo haga ver como un perdedor?

Y si es así… Ese no es tu problema.

El 99 % de los manes, a menos que sea un tonto del culo, no te van a proponer un plan que los haga ver mal. ¿Por qué? Pues porque rara vez van a mostrar su fragilidad en la primera cita. Apuesto que lo conociste en el gimnasio, querida… Y lo que el man quiere es mostrar su estado físico. Si es así, pues diviértete, conócelo, mira el man qué pitos… pero eso tal vez te hable de las inseguridades del man. Y bueno, recuerda que la tía Clara también se puede equivocar, así que mejor que seas tú la que me des o no la razón.

3. ¿Es muy grave la subida?
No sé. La última vez que subí a Monserrate a pie fue en el año de… * Hiperventila de solo pensarlo *… Ah, ¡Mira! ¡Donas!
Si comes donas, la bajada va a ser más fácil. Mentiras.

4. De nuevo… ¿Quién habrá propuesto el plan?

La última vez que subí con un novio a Monserrate me terminó en tres días. (Aquí entre nos, yo creo que el man no sabía cómo terminarme y eso fue lo único que se le ocurrió 🤦🏽‍♀️)

5. ¿Dónde quedó el plan tradicional y conservador de ir a cine y luego a tomarse algo? ¿Estoy pasada de moda? ¿Qué sigue? ¿Invitaciones a subir una montaña a las 6 de la mañana y desayuno vegano?

Obvio sí. ¿Por qué tomar consejos de una treintona sexy que por ratos aún es insegura y no ha ligado hace más de 9 años? ¡Pues fácil! Porque hay algo que enloquece a los manes, no importa la edad que tengas o si incluso vas a casarte… y te compartiré este secreto, amiga, solo para que no se vaya conmigo a la tumba.

El secreto es…

[Pausa dramática]

Ah, pero antes te voy a decir todo lo que no es.

  • No es seguir un manual.
  • No es pensar que hay fórmulas mágicas
  • No es hacer lo que dicen tus amigas (que están igual o más perdidas que tú)
  • No es hacer lo que dicen las revistas (yo siempre pensé que iba a trabajar en Cosmopolitan o en la revista Tú, pero ya ven…)
  • No es hacerse la difícil ni la interesante (ya eres interesante, otra cosa es que la otra persona quiera descubrirlo y, si no, pues toma tu ticket y al final de la fila).

Lo único que me ha funcionado es ser auténtica, hacer tus propias reglas y saber cuándo romperlas. Ah, y mover el culo. Mover el culo es básico. Aprende a moverte con gracia, amiga. Eso sí, de nada sirve mover el funkete si uno no es auténtico. Una vez alguien me dijo que dejara de ser como Tribilín, porque eso no era sexy. Y no, no lo es… pero también es parte de mi esencia hacer chistes bobos y tener un lado naïve. Así que lo que hice fue no mostrarlo de primerazo, pero tampoco negarlo. De hecho, no soy la mujer más chistosa de la tierra y, sin embargo, doy fe de que hay dos hombres que se rien de mis chistes de papá: mi primo y mi novio… así que para todo hay público, para todo hay cliente.

Si a un sujeto en cuestión no le gusta ese lado frívolo, pues no merece conocer el lado interesante o el mejor lado que tengas. No se trata de mentirle ni de mentirte a ti misma, porque tarde o temprano el castillo de naipes se va a caer. Se trata de divertirte mostrando quién eres poco a poco y permitiendo que la otra persona lo descubra. En algún punto o les gustará a ambos lo que ven («Esto es lo que hay«) o definitivamente alguien se desilusionará y cuanto más pronto mejor para no perder tiempo («Donde no puedas amar no te demores»).

Nuevamente, abogo por las muestras de vulnerabilidad. Sin embargo, en nuestra cultura, es poco probable que las personas se muestren tal y como son, o que revelen sus vulnerabilidades porque sienten que eso es ser débil… así que a veces toca ir con cuidado para no espantar a la gente que no está preparada para la awesomeness (porque el que no ha visto a Dios cuando lo ve se asusta)… y ya verás que después de los 30 te vale: eres una chimba y no te da pena mostrar que lo eres. Que huyan solitos los que se les arruga.

¿Cómo sobrevivir a un amor tóxico?

Si pudieran conversar con esa persona que ustedes creen que tiene todas las respuestas, ¿qué le preguntarían?

La base narrativa de todos los buenos libros, al menos en el mundo occidental, es siempre la misma: alguien vive en un mundo y un día, de la nada, recibe una «invitación» para visitar otro.

Siempre es lo mismo. ¿Blancanieves?

Sí. Vive en un castillo relativamente feliz, hasta que un día su madrastra la manda matar y termina en una casa limpiando la casa de unos sujetos que, probablemente, aún sean vírgenes.

¿Drácula?

Un mancito tiene una novia y su vida es relativamente tranquila, hasta que le da por dejarla e irse a un viaje de negocios dizque a visitar un cliente. El cliente resulta ser un loco obsesionado con la sangre que además ahora le quiere gusanear a la novia. ¿Quién lo manda irse por allá?

¿La vorágine?
Un man se mete en la selva, le pasan mil cosas y, #SpoilerAlert, de allá no sale. Otra vez: ¿Quién hps lo mandó a irse por allá?

Y así con todas las obras literarias y películas que alguna vez han valido la pena… o bueno, independientemente de la calidad, casi con cualquier peli de Hollywood.

Siempre detrás de toda narración hay un cambio de estado… ya sea físico o mental, el protagonista cambia o algo en su manera de ver el mundo cambia. Por eso es que nos gustan tanto las historias de amor: porque quizás no hay nada más transformador.

El enamoramiento tiene la capacidad de hacernos ver el mundo como envuelto en una atmósfera rosa o puede convertir el día más soleado en un momento gris. El amor, al contrario, cuando es verdadero, nos ayuda a ver las cosas con más claridad.

Anaïs Nin decía que no vemos las cosas como son sino como somos.

Ay, Dios. Si ustedes me conocen, saben que estoy obsesionada con Anaïs Nin.

Lo estoy porque, de vez en cuando, cada cierto tiempo, tal vez una vez por década, tal vez una vez por siglo, aparecen estrellas fugaces, seres que parecen haberlo entendido todo, personas adelantadas a su tiempo. Para mí, eso es lo que significó haberme acercado un poquito a Anaïs en mis años mozos.

Y a veces me miro al espejo y me pregunto si pudiera conversar con ella, tomarme un tinto y sonreírle, ¿qué diría ella de lo que pasa por mi cabeza? ¿Qué me diría la tía Anaïs? ¿Les diría algo de lo que yo les digo a mis sobrinas en este blog o se reiría del sinsentido que tiene definir y redefinir el amor una y otra vez?

¿Qué le preguntaría?

Uf. Muy fácil.

—¿Por qué no te quedaste con Henry Miller?

¿Qué me respondería? Muy fácil:

—No me quedé con él porque sabía que me hundiría, porque me pudo más lo que tenía con Hugo, porque sería incapaz de hacerle daño. Henry era como un veneno dulce que sabes que olerás una vez en la vida, pero más de dos gotas son letales.

—La diferencia es que el veneno no se destruye a sí mismo.

—Exacto. En el fondo, Henry solo conocía el sufrimiento. No podía dejar que me arrastrara con él.

—¿Crees que una persona que solo conoce el mundo del sufrimiento está condenada a vivir allí?

—No está condenada, pero lo pensará dos veces para emprender el viaje del héroe y buscar un mundo de mayor felicidad. Hará todo lo posible para que los demás emprendan el viaje hacia su mundo.

—Eso en mi época se llama ser tóxico.

—Eso en mi época se llamaba ser bohemio e incomprendido.

—¿Te arrepientes?

—Pas du tout. Je ne regrette rien. Lo amé hasta el último segundo de mi vida. Lo he seguido amando en otras vidas… pero aprendí a amarlo de lejos.

—¿Algo para cerrar esta entrevista mental que nunca sucederá? ¿Algún mensaje para mis sobrinas y sobrinos y sobrines que te leen? (o sea, nadie, porque nadie lee este blog salvo mi mamá y mi sobrinita política).

—Sí. «Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo».
PS: Yo no me inventé lo del viaje del héroe; de hecho, es más viejo que la panela. Si no me creen, busquen en Google El héroe de las mil caras o miren esta imagen (robada, obvio). A lo mejor les sirve para evaluar su vida como si fuera una película y preguntarse: ¿Qué historia me cuento a diario? ¿En qué narrativa vivo? (Comedia, espero).

¿Cuál es mi misión de vida?

Hace un año una amiga me hizo una pregunta cuya respuesta, inspirada por alguien más, ahora trato de integrar en mi vida.

—Si pudieras preguntarle algo a Dios, ¿qué sería?

En otras circunstancias, mi respuesta hubiese estado relacionada con la verdadera identidad de Shakespeare, las enfermedades sin cura, el origen de la vida o lo que sigue después de la muerte. No obstante, contesté:

Solo le preguntaría cómo puedo servirle mejor.

Pero, ¿qué es eso de servirle mejor a Dios? Es decir, ¿Clara se volvió fanática religiosa o ha sido secuestrada por alienígenas que la adoctrinaron para escribir sobre aquello que desconoce? Nada de eso. Solo tengo una pequeña reflexión que ha surgido de muchas cosas que me han pasado en los últimos dos años y que quiero compartir porque me hubiese gustado saber esto antes. Servirle mejor al amor supremo significa identificar nuestros talentos, usarlos, pulirlos… y entender que esa es la mejor manera de agradecer por ellos. No utilizarlos es el equivalente a no destapar un perfume carísimo que te ha regalado tu mejor amigo, y lo dice alguien que tiene, metafóricamente hablando, montones de cajas de aromas finos sin destapar en el armario.

A veces no sabemos cómo ni por dónde empezar. ¡Es más! La mayoría de las veces ni siquiera pensamos que somos lo suficientemente talentosos para lograr algo, simplemente creemos que somos parte del promedio, que somos uno más.

Pero seamos francos: esa falsa modestia pocas veces ayudó a alguien.

Yo soy la primera que levantó la mano, porque el 70 % de las veces veo las cajas de perfume y prefiero guardarlas para una ocasión especial lo cual es parte de la aventura de ser humana— Pero entonces tengo que enviarme notitas mentales y hasta libros para acordarme de que tengo que estar orgullosa por algo que yo pedí y me fue concedido.

Y, sin el ánimo de ponerme religiosa y menos filosófica, es importante resaltar que la palabra que estoy usando es “pedí”, lo cual implica dos cosas: en primer lugar, que tengo que tomar responsabilidad frente a lo que yo anhelo para mí. En segundo lugar, eso también quiere decir que voy a dejar de culpar a la divinidad o al exterior por aquellas cosas que son producto de mis acciones y también por aquellos desastres naturales, muertes ajenas, separaciones o todo aquello sobre lo que no tengo control. Después de todo, lo que sucede a mi alrededor es tan solo una metáfora de lo que hay adentro.

Mi conclusión —y repito, nada de esto ha sido comprobado por la ciencia, pero yo considero que es cierto para mí— es que las situaciones que me envuelven, la gente de la que me rodeo, el tipo de trabajo que escogí, la familia que tengo… todo se me ha consultado y he decidido. Dicen que uno no elige sus padres, pero yo creo que sí. Yo creo que uno escoge todas y cada una de las cosas que va a vivir: tanto las buenas como las demás. Si frecuentemente vienen a mí personas con dificultades de salud, yo me ofrecí voluntariamente a compartir con ellas. Si atraigo a aquellos que no tienen pareja, tal vez haya una razón detrás de eso… un aprendizaje para ambos, algo para compartir y, sobre todo, para ejercer la compasión.

Recientemente, alguien a quien quiero mucho me dijo, con lágrimas en los ojos y apenas pocas horas después de perder a un ser querido:

¿Por qué me habrá tocado a mí esto?

En esos momentos el discurso de “no te preocupes, todo va a estar bien” sobra. Últimamente, prefiero estar en silencio y escuchar. Para mí no es fácil  quedarme callada y dejar de juzgar, pero como esto es un camino, sigo intentándolo. Estuve tentada a decirle muchas cosas; no obstante, preferí solo permanecer en silencio y dejar que se desahogara. Un rato después recordé una frase que le oí a Doreen Virtue “Enfócate en el servicio”, y dije:

—No pienses que te tocó, piensa que tú te ofreciste como voluntaria para servir.

Tal vez, entre los muchos talentos de esta mujer, está servir de apoyo a otros, porque solo Dios sabe que nació con más templanza que todos nosotros para enfrentar la muerte año a año de varios miembros de su familia… pero ese, por más castigo que parezca, es un talento invaluable del cual debe estar orgullosa.

Y sí. Muchas son las bendiciones disfrazadas… los cambios de empleo, los accidentes que te cambian la vida, el consejo en el último minuto, la idea que parece no tener sentido… todas encaminadas a una gran misión y cada misión alineada con un propósito más grande que nosotros. Todos vemos la misma materia en el pénsum: compasión. La diferencia es que unos han elegido verla con ciertos profesores, y en ciertas especialidades, o combinada con el servicio a los ancianos, a los niños, a la ciencia, al arte… ¿Qué sé yo?

Tu misión no es tu trabajo, tu misión no es tu pasatiempo… tu misión es el conjunto de situaciones que te guían a través del camino del amor. Tu misión no son los profesores ni la nota que obtengas, sino cómo disfrutaste cada segundo en el salón de clases y si hiciste feliz a alguien ahí dentro. Para pasar al siguiente grado, se te pide que te seas feliz tú; pero si logras que alguien más llegue a serlo contigo, estarás graduado con honores. De todas maneras, no juzgues las decisiones de otros, porque aunque unos han escogido el puente y otros el río, todos llegarán a su destino.

 

PD: Si deseas conocer tu misión de vida, también te puede interesar el último video que aparece en este post:

https://pajarorebelde.com/2016/03/17/tres-videos-que-cambiaran-tu-forma-de-ver-la-vida/

Guía poco convencional para identificar a un(a) calientaovarios

Empecemos con una frase que se le atribuye ¿falsamente? como casi todo en Internet a Bob Marley:

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«La mayor cobardía de un hombre es despertar el amor de una mujer sin tener la intención de amarla». Bob Marley (¿?)

Y sí. Parece que tenemos una nueva criatura en el zoológico: se trata del calientaovarios. ¿Pero quién es? ¿Cuál es su modus operandi? ¿Dónde se esconde? ¿Cómo se camufla? y sobre todo, ¿cómo protegernos de él?

En primer lugar, un calientaovarios es una persona a la que le encanta coquetear y no concretar. Y no, no crean que solamente me refiero a los hombres que lo hacen, también hay muchas mujeres que alimentan (alimentamos, alimentábamos… tiempo pasado y que levante la mano quien nunca en su vida lo haya hecho) los egos ajenos para deleitarse un poco y darle de comer al Gollum que todo ser humano lleva dentro.

Ojo. Sé lo que se están preguntando. ¿Qué diferencia hay entre una persona calientahuevos y un(a) calientaovarios? Pues bueno, como ambas palabras son inventadas, debo intentar explicar esto porque calentadores hay muchos y abundan. Por ahora, mientras la ciencia me corrige, definiré al calientaovarios como alguien que tira migajas de afecto y despierta sentimientos. La palabra calientahuevos la usaré para designar a aquel ser que «calienta lo que no se va a comer», es decir, impulsa ciertos deseos sexuales y se va.

Pero no nos quedemos en definiciones, porque el lenguaje es ofensivo. Mejor tratemos de entender por qué hay gente que hace lo que hace. ¿Por qué esa amiga suya sigue tan encaprichada con un tipo que no la invita a salir, pero con el que chatea desde las 8 de la noche hasta las 7 de la mañana? ¿Por qué ese otro tipo (que conoce a alguien que usted conoce o que es el amigo del amigo de un amigo) sigue detrás de la fulana que no concreta ni una cita, ni un besito, pero que le sigue haciendo sonrisitas diariamente y hablándole con excusas pendejas?

Señores y señoritas: si esto les suena familiar, muy probablemente están frente a un(a) calientaovarios.

Estos personajes aman ser admirados. Necesitan de la adulación y, sobretodo, de la atención ajena. Secretamente, sienten que son el centro del universo. Y adivine: encontraron a alguien que les da ese lugar y haría todo por ellos.

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o que no te pone cuidado…

Algunas pistas para identificar a un(a) calientaovarios

  1. Le habla cuando se le da la gana.
  2. Si le habla, lo hace ojalá por chat y a altas horas de la noche… cuando nadie más le pone cuidado.
  3. Le dice que usted es muy especial, pero no se ha dignado a salir oficialmente.
  4. Habla mucho de sí mismo(a) y pregunta muy poco sobre usted. Parece que lo único que importa es él o ella.
  5. Si acepta invitaciones a comer o a teatro, saca algún comentario durante la cita para quedar en modo amigos (alerta friendzone), en vez de haber aclarado eso antes de verse.
  6. Le pide favores pendejos o plata prestada (que nunca devuelve).
  7. Pone una fecha para la cita (uno de pendejo deja todo por ir) y cuando uno pregunta: «¿Al fin nos vamos a ver?» dice que está en pijama viendo los Simpsons.
  8. Se vale de cualquier excusa para hacerle creer a usted que se «envideó» solito(a) y que él o ella jamás tuvo la intención de hacer que dichos sentimientos nacieran. De nuevo, ¿chateaban hasta qué hora? Sí, tú, imbécil.
  9. Usted le hace regalos que no le haría a sus amigos(as) o le organiza una fiesta de cumpleaños y solo recibe un «Aww, gracias» (Cero picos, cero salidas, a usted nadie le organiza fiesta de cumple, nadie le decora el puesto, etcétera).*
  10. El sujeto o la chica no mata ni una mosca. Todo parece perfecto en él o ella.

¿Cuál es el antídoto contra la «picadura» de un(a) calientaovarios?

*Ya sé que usted no espera nada a cambio del «amor» que profesa por esta persona, lo cual es lindo, pero estos consejos no están de más y quizá le sirvan. Es más, siéntase libre de compartir aquellos que le hayan sido útiles:

  1. El problema no es lo que él o ella haga, sino que usted sigue pensando que merece solo eso.
  2. ¿De verdad quiere alguien a quien usted tenga que estarle recordando lo maravilloso que es cada cinco minutos y que no pueda decir ni una cosa buena de usted?
  3. Un ego tan grande no viene del amor. Piénselo. ¿Quiere atraer gente que valore lo que usted es? Súbale dos a la autoestima…
  4. Dar amor es maravilloso, sufrir no. Si usted está sufriendo más de lo que se siente amado(a), por ahí no es.
  5. Todo el mundo tiene defectos. De lo bueno, bueno… no dan tanto.
  6. Agradezca mentalmente a esa persona por lo que le enseñó y siga con su vida.
  7. El regalo más grande que le damos a otros es ponerles atención. Si usted cree que esa persona le pone atención y se interesa por lo que usted es, lo que tiene para decir y sus pasiones… va bien. De lo contrario, aborte la misión y salga con dignidad, no con orgullo; con agradecimiento, no con resentimiento.
  8. Arréglese, póngase más buena o más papasito… y siéntase feliz porque en unos meses verá la razón por la que la cosa no cuajaba. Se lo aseguro. Me ha pasado 472638749039999,2 veces.
  9. Deje de alimentar al Gollum interno. Es la única forma de matarlo.
  10. Deje de alimentar al Steven Spielberg interno… o conviértase en director(a) de cine en la vida real y sáquele provecho a su imaginación.
  11. Todo el mundo está en la zona de amigos hasta que se demuestre lo contrario. Si el otro está ahí, es porque quiere. «Cuando quieras salir de la zona de amigos en la que tú mismo(a) te pusiste, me buscas. Mientras tanto, chao. Me voy a ser feliz».
  12. Y si nada de esto funciona… le recomiendo una novenita a Santa Rita de Casia, patrona de las causas perdidas a la que el marido le daba en la jeta. Ella seguro le dice qué hacer, porque usted no ha aprendido a quererse a sí mismo(a), y tal vez necesite que alguien que ya sufrió todas las penas juntas en una vida Parce, en serio, qué pecado la vida de esa cuchita, le pasó de todo se lo recuerde. *Bofetada mental*.

Error 404: ¿amor no encontrado?

¿Cuáles son las claves que oculta nuestro cerebro sobre las relaciones de todo tipo? ¿Es cierto eso de que las palabras tienen poder? ¿Qué podemos hacer para dominar nuestro cerebro y no dejarnos dominar por creencias preestablecidas?

 

Comencemos por desmitificar dos creencias arraigadas en la cultura:

Mito 1: las células del cerebro (neuronas) son las únicas que no se regeneran.
Realidad: la neurogénesis existe y sí podemos hacer que nazcan nuevas células. 

Aquí se explica cómo. Si quieres, recuerda que la conferencia de diez minutos tiene subtítulos en español e inglés.

 

Mito 2: las palabras se las lleva el viento, las palabras no hieren.
Realidad: las palabras tienen la capacidad de cambiar nuestra estructura neuronal.

En una entrevista que le hizo Margarita Vidal al científico colombiano Rodolfo Llinás, él le dice que alguna gente no entiende bien cómo un estado funcional del cerebro se puede modular o corregir mediante la palabra. Corto y pego:

El psicoanálisis es hablado y la gente se mejora. Y yo les contesto que las palabras cambian el cerebro.

¿En qué forma?

-Si yo le digo a una persona que es ‘malnacida’, responde agresivamente. Entonces, las palabras son como piedras; pueden hacer bien o daño, porque cambian el estado funcional del cerebro.

¿Es porque producen emociones?

-Exactamente, las emociones se pueden correlacionar. Antes se pensaba que no, y la realidad es que sí: yo puedo ver en el cerebro cuando alguien está bravo, triste o con dolor. Pero a la gente le resulta profundamente complejo y difícil de aceptar que la mente ―que era casi intocable― se reduce a una situación ‘cuchareable’, y su conclusión temerosa es: “Solamente hay dos posibilidades: que el paciente esté bien o que esté mal. Si está bien, no ha pasado nada porque no hubo necesidad de tratamiento. Pero si está mal, ¿qué hacemos nosotros? Lo que usted nos está diciendo es que estamos aplicando un sistema que no es”.

¿Entonces el problema es de programación?

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Posiblemente. Es como si cada uno de nosotros tuviese un código por dentro que determinara qué es lo normal para cada uno. Una vez el usuario presiona «Enter», el programa se ejecuta solito.

Me explico:
Si una persona tiene en su código algo como los siguientes conceptos:

Los chocolates son deliciosos, pero hacen que se me brote la cara. Si tengo una pareja que me quiera, esa persona debe estar loca. La situación es muy difícil y conseguir un trabajo bien pago es muy complicado, por eso tengo que cobrar poco. Si cobro lo que debería, me quedo sin clientes.

 

 

Al hacer clic en «Ejecutar», todo eso empieza a pasar. Si corre el código una y otra vez, se acostumbra a que esa sea la programación normal y a que su cuerpo reaccione de la manera en que lo ha hecho por años. El efecto placebo también podría, creo yo, derivarse de allí… pero, insisto, esa es tan solo una suposición propia que no tiene base científica. Así es como yo lo veo:

¿De dónde vienen estas creencias?

Por lo general, nuestros programas vienen con virus incluidos. La línea de código tiene un problema esencial: hay partes de ella que fueron escritas desde el miedo; no desde el amor. Por ejemplo, «Los chocolates son deliciosos» es una expresión que viene desde el amor por el chocolate. Sin embargo, la expresión «pero hacen que se me brote la cara» viene desde el miedo a ser percibido por los demás y por nosotros mismos de una manera negativa. «La situación es muy difícil» viene desde el miedo que nos infunden otros (algunos medios de comunicación y algunos familiares que nos quieren proteger del fracaso)… Y todas las demás afirmaciones implican que el virus se está esparciendo.

Una posible forma de reparar el código es reconociendo cuándo se ejecuta y cambiándolo por algo así:

Los chocolates son deliciosos y los disfruto. Es normal tener una pareja que me quiera. Es normal que la gente me quiera y me ame porque trato de mejorar cada día. Sé que si cobro lo justo, puedo exigirme más calidad y estar orgulloso(a) de mi labor. Integro las lecciones de paciencia y perseverancia desde el amor.

¿Pero cómo modificar el código?

Para explicar la conducta humana, solo podemos pensar en dos posibilidades: algo es innato o es aprendido. En este caso, creo que cualquier psicoanalista le diría que muchas de las conductas aprendidas vienen de nuestra niñez, nuestra relación con padres y ancestros, o la ausencia de los mismos. Entonces, la mejor manera de ir, poco a poco, limpiando el sistema es «devolverle» mentalmente o por medio de una carta sin enviar a cada cual lo que le corresponde. Por ejemplo:

Querido papá: te amo mucho porque me has enseñado «a»,»b» y «c». Quiero devolverte la creencia de que la situación está muy difícil y de que no voy a conseguir nada digno de mí. En adelante, cuando tenga una situación similar, recordaré que soy talentosa en lo que hago y merezco una remuneración justa, por la cual estoy ya agradecida».

Y si eso no funciona, recordaré que hay tipos muy pendejos que llegaron a ser presidentes, incluso diciendo cosas como «los millones y las millonas». ¡Juas! Pero ahora sí, en serio, si el código interno que tenemos explica todo en nuestra vida —incluyendo situaciones de salud, nuestra idea de éxito y nuestras preferencias en cuanto a alimentación—, ¿nuestra pareja futura (o la ausencia de ella) no sería un resultado de lo que pensamos hoy y de cómo alimentamos una idea durante años? Posiblemente. ¿Es acaso un virus que empezó como «Él o ella no se va a fijar en mí» (no me lo merezco) y luego mutó a «Ya no existen hombres o mujeres buenos(as)»?

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Ejemplo de programación del tipo: «Es que siempre me enamoro de la persona equivocada». Si sigues pensando así, tendrás razón.

Ahí les boto el dato y me retiro lentamente a comer chocolate oscuro y tener sexo, digo, tomarme una copita de vino. Si vio el video, me entenderá.

Por cierto, aún no es necesario ponernos paranóicos con lo del chocolate. Ojo al artículo: ¿Comer chocolate realmente produce espinillas?

¿Cómo saber de quién debes enamorarte?

Un bello texto publicado por la terapeuta Gloria Arroyave

Enamórate de ti, para que no descargues tu carencia de amor, tu desvalorización y tu necesidad de reconocimiento en otra persona que también se encuentra llena de miedos e inseguridades.

Enamórate de ti, para que no confundas el amor con el control y terminen por asfixiarte.

Valórate para que, por ley de correspondencia, te llegue un igual.

Enamórate del que no promete nada, no escribe versos y te dedica canciones para alimentar tu ego, pero siempre está en el momento justo, para abrazarte y aprender juntos de los errores.

Enamórate del que, en silencio y sin mucho escándalo, te acompaña en tu caminar y sostiene tu mano incondicionalmente.

Enamórate del que te deja ser tú, te deja volar y soñar y, sin necesidad de ser igual a ti, comparte tu locura.

Normalmente, el tipo de amor del que habla este mensaje es superficial, asfixiante y agotador, para mi gusto —aclaro, para mi gusto— y, en lo que he podido observar en mis cortos cincuenta años, las personas que hacen esto esperan que hagas lo mismo y si no lo haces, te reclaman y te dicen que te lo dan todo… pero este «todo» termina siendo nada, porque se convierten en controladores desesperantes: es más lo que dramatizan que lo que actúan.

Conviértete en una excelente opción de pareja, para que recibas lo mismo y tengas la claridad de hacer la diferencia entre una relación de amor y una danza de egos.

Deja de buscar, comienza a actuar, transfórmate.

¿Y esto sí es amor?

¿Qué puedo decir yo sobre el amor que aún no se haya dicho? Hermosos templos han sido erigidos, bellos poemas recitados y sutiles cuadros han sido pintados en el nombre del amor. Solo puedo decirles algo que ustedes ya saben en el fondo de su corazón: el amor es infinito y hay mucho —de sobra— para todos.

«L’oiseau que tu croyais surprendre

Battit de l’aile et s’envola;

L’amour est loin, tu peux l’attendre,

Tu ne l’attends plus, il est là!»

«El pájaro al que crees sorprender

bate las alas y remonta vuelo…

El amor está lejos si lo esperas;

ya no lo esperes, ¡y ahí estará!»

L’amour est un oiseau rebelle – Aria de Carmen

El amor. ¿Qué puedo decir yo, una simple mortal, sobre el amor que aún no se haya dicho? Hermosos templos han sido erigidos, bellos poemas recitados y sutiles cuadros han sido pintados en el nombre del amor. Solo puedo decirles algo que ustedes ya saben en el fondo de su corazón: el amor es infinito y hay mucho —de sobra— para todos. El amor no es algo que alguien escondió para que solo unos pocos se llevaran ni que un hombre te arrebató de las manos o una mujer enterró en un jardín secreto. Empiezo esta definición del amor desde lo más profundo, desde lo más básico, desde lo que el mismo amor lleva en sus entrañas: todo lo que no es.

El amor no es acostarse con alguien, aunque esto en sí pueda, para algunos, ser una demostración. La ecuación no es la demostración de algo, sino simplemente su formulación.

El amor no es decirles a todos que obras bien o arrodillarte y darte golpes de pecho. El amor no sufre ni se regocija en el sufrimiento. El amor no es mártir ni espera que tú lo seas por él.

El amor supremo no es gruñón ni castigador. El amor se aleja de quienes no ríen, aunque no los olvida. El amor tiene sentido del humor porque sabe que la vida es efímera, pero los recuerdos y las risas están hechos para perdurar en la mente de los humanos.

Ahora, veamos una posible, aunque no única definición de lo indefinible: la que me dio mi padre cuando aún era muy niña.

«Cuando uno ama a alguien, uno desea lo mejor para esa persona».

Amar entonces no es desvivirse, no es rasgarse las vestiduras, no es hacer sufrir a otros y menos hacerse sufrir a uno mismo. Cuando uno comienza a amar, el proceso de pensar en el amado y desear su bienestar se realiza automáticamente. Es fácil entonces saber cuándo quieres a alguien y cuándo lo amas… o cuándo dejas de amarlo.

Repito:

«Cuando uno ama a alguien, uno desea lo mejor para esa persona».

Al desear lo mejor para los otros, uno sonríe y no piensa que eso no va a pasar; uno confía. ¿Por qué es tan difícil desearnos a nosotros mismos cosas buenas? ¿Por qué es tan difícil creer que vamos a obtener ese doctorado, ese trabajo, ese reconocimiento, esa cantidad de dinero… esa pareja? ¿Por qué creemos que todo el mundo se gana cosas pero nosotros no? Unos dirán que es por la envidia, otros simplemente pensarán en la mala suerte… yo culparé a la falta de confianza y al miedo, aunque no tengo la última palabra y, a decir verdad, creo que nadie la tiene.

El miedo y la confianza no pueden coexistir

Cuanto más esperes ser amado por otro, menos lo estarás, porque te asaltará la duda de si serás capaz o si de alguien te querrá de la manera en la que esperas. Cuando te olvidas del asunto y te concentras en aquello que sí está en tu poder —amarte a ti, por ejemplo— no solo te empoderas y te das cuenta de que eres capaz de mejorar tu vida, sino que no rompes la ley universal del «dar para recibir», porque le das a la persona más importante de tu vida, a aquella que nunca te va a abandonar: tú mismo.

Querido niño Dios, mándame un(a) novio(a)

Tomado de: winkal.com

Esta navidad pide algo para ti… y confía.

[Pausa para escuchar una canción de Diego Torres].

Una amiga me dijo hoy que por estas fechas ella acostumbra a encender una vela por algunos amigos y familiares. Guardé silencio por un segundo y le propuse, a manera de ejercicio, que este año también encendiera una luz por sí misma.

Nos han enseñado que pedir por nosotros mismos es egoísta, pero creo que algunos hemos entendido ese consejo de la manera equivocada.

Esta época es especial para recordar que podemos pedir con la inocencia de un niño y nuestros deseos serán concedidos. Cada familia es diferente y supongo que no obtuvimos tooodo lo que pedíamos, pero la mayoría de las peticiones ocurrieron.

¿Por qué creo que funcionaba?
1. Pedíamos con inocencia: éramos niños.
2. Pedíamos con seguridad: sabíamos que el niño Dios, Santa Claus, ¿Qué sé yo? El ratón Pérez… iban a cumplir su promesa.

3. Soltábamos el deseo: una vez enviada la carta, era claro que el que la recibiera iba a hacer lo posible por hacer realidad nuestros sueños… y si no se podía, era porque Santa tenía que visitar muchos niños… o porque el niño Dios tenía una agenda muy ocupada. Si no nos regalaban lo que habíamos pedido, tampoco nos duraba el berrinche más de una semana (supongo).
4. Reconocíamos: teníamos claro que, aunque habíamos cometido fallas, no se pedía perfección de parte de nosotros. Sabíamos que nos habíamos portado bien y nos merecíamos un premio. Si no había sido exactamente nuestro año, ofrecíamos una disculpa sincera y nos comprometíamos a que la cosa cambiara… Así luego la volviéramos a embarrar.

5. Teníamos el deseo de compartir: si nos regalaban un carro, lo divertido era hacer carreras con los primos a los que también les habían regalado otros carros… Si queríamos un «Polystation», tal vez no teníamos tan claro que era para jugar con otros, pero al final terminábamos pasándole el control hasta al abuelito. Más de uno se «agarró» con los hermanos porque no le prestaban el jueguito, pero eso era parte de la lección: compartir. Otros jugábamos a cazar patos con una pistola y lo divertido no era ni la caza, ni la pistola, sino ver al perro reírse.

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6. Agradecíamos de antemano: no solo era un voto de confianza sino de esperanza. Muchos pedimos la paz para el mundo, y pues… evidentemente eso no pasó de la manera en que lo esperamos, pero tampoco le quitó mucha credibilidad a nuestro deseo. Uno de niño sabía que ese deseo de la paz no se iba a dar de la noche a la mañana, sin embargo aguardaba y seguía su vida feliz. Ahora de grandes seguimos esperando que el mismo Dios al que le pedimos bicicletas en el pasado solucione los problemas que como humanidad hemos causado. Tenemos… «coraje». Si uno quiere paz, pues hace la paz. Punto. No espera a que se la traiga el hada de los dientes.

En la edad de la inocencia nuestro deseo venía del merecimiento, no del ego ni desde el «quiero todo para mí».

—»Ah, obvio. Cuando éramos niños era más fácil porque el niño Dios de la casa eran los papás. Ahora uno es su propio niño Dios».

—¡Tiiin! ¡Esa es la idea! El Amor Supremo vive dentro de usted —llámelo Dios, Jesús, Buda, Alá, Universo, Partículas, biología o cuerdas— y está esperando esa carta interna.

 

 

Pero ojo: no se aferre a que se le tiene que dar el 24 de diciembre a las 12 de la noche o el 6 de enero del próximo año. Si acostumbra a rezar la novena, recuerde que hay que pedir «por los méritos de la infancia» y que su Jesús interno también merece ser feliz. Si no cree en eso, igual tranquilo. Pida a aquello en lo que crea… Pídase a usted mismo, permítase un regalo para compartir con otros… Dicen que «hay que dar para recibir», así que trate de que este año usted aparezca de primero en la lista de personas a las que desea darles algo de corazón. Si se ha portado bien, seguro se lo merece… y si se ha portado mal, llámeme (juas). Digo, perdónese y revise qué puede hacer para sentirse mejor consigo mismo.

¡Feliz navidad! Navidad es todos los días si dentro de usted nace el Amor.

El espantapájaros o cómo perder a una chica en tres días

the-wizard-of-oz-516687_960_720Uno solo sabe que algo ya está superado cuando lo ve y no le produce dolor. Ayer fue uno de esos días y, aunque Ed «El loco» no me alcanzó a causar sufrimiento en sí, hoy me di una palmadita mental en la espalda cuando me lo encontré.

Hacía ya bastantes años que Ed se había ganado, sin saberlo, el apodo del «loco». Y no era solo porque estudiara psicología, sino que supo hacer lo correcto para hacerme pensar en él y luego asustarme. Todo en tres días.

Y sí. Si el amor es—como dice el aria que le presta el título a este blog— un pájaro rebelde, este hombre es y será recordado como el cazador… o mejor dicho, el espantapájaros: las mata y luego las espanta.

Pero, ¿qué fue lo que accionó el botón de pánico como para que yo saliera corriendo? Calma. El pájaro no voló solo del nido. Primero hablemos de lo que hizo bien.

Punto uno: me encontró cuando yo aún era una estudiante que no se creía lo suficientemente linda.

Punto dos: justo ese día, mi «traga» se había cuadrado con otra compañera y yo me había puesto a leer Romeo y Julieta—sí, Romeo y Julieta— en un banquito de cemento de la facultad.

Punto tres: Ed se acercó y me habló, incluso creo que del libro. No le podemos quitar puntos, el tipo tomó la iniciativa.

No sé si lo fingía o si yo me comí muy bien el cuento de que era seguro. El caso es que Ed consiguió mi atención sin mucho esfuerzo.

¿En qué la embarró? Se excedió en ansiedad. Me llamaba, me dejó un mensaje en el contestador, me regaló rosas casi al tercer día de conocerme… y «la tapa»: un día que estábamos hablando en la facultad de repente se escondió detrás de una carpeta que llevaba en la mano y comenzó a decir con voz desesperada algo como «Escóndeme, escóndeme que viene Fulanita».

¿Qué?

Ayer, cuando me lo encontré de nuevo, lo vi igual. Sentí que no había cambiado en absoluto. La lección que aprendí de él era que no se trata de belleza—porque ni era el más feo, ni era el más lindo—, tampoco de dinero—porque no era ni demasiado rico ni excesivamente pobre—; tal vez era un tema de actitud, de valentía, de seguridad.

Era lógico. Ed vino a enseñarme un espejo de mi realidad. Lo atraje en ese momento de mi vida porque yo me sentía insegura e incapaz. Uno solo puede atraer lo que ya está dentro de uno. Yo pensaba que era una persona segura y que podía establecer un tema de conversación… pero en la realidad estaba asustada por dentro. ¿Qué tipo de relación va a durar si uno de los dos está asustado? Esto no es sobre el otro, sino sobre cómo el otro es la parte de mí que no me deja avanzar… aquello de mí que no he llegado a comprender.

No sé de dónde provenía esa falta de seguridad. Freud tal vez diría que a eso se le llama falta de sexo (Juas), pero ahora en serio, quizás no me sentía lo suficiente. Insisto: el tipo en sí no tiene nada que ver con esto. De hecho, lo más probable es que sea una buena persona y que solo haya tenido un momento de ansiedad; eso hace más de uuuuf… como ocho años. Lo que sí debo abonarle es que me ayudó a aprender que uno atrae situaciones o personas que están siempre en la misma onda. Si atraigo tipos casados o infieles, es altamente probable que yo tenga un deseo insatisfecho por sentirme única y no esté haciendo todo lo que tengo que hacer para sentirme irremplazable por mis propios medios y sin que otro me lo haga sentir. No. No estoy justificando a los infieles ni le estoy diciendo que todo lo que le pasa es su culpa. Todo lo que le pasa es producto de cómo mira usted el mundo. No es posible atraer un tipo seguro hasta que yo no me sienta segura. No puedo atraer un tipo que me guste hasta que yo no me sienta linda y merecedora de alguien que me parezca lindo. ¿Tiene sentido? Si soy hombre y atraigo mujeres que me explotan, mi excusa es y siempre será que las mujeres quieren a los hombres con dinero… y soy yo quién no me doy valor propio.

Lección aprendida (espero): el que se sabotea, por lo general es uno mismo. Así que la próxima vez que desee ser pájaro, recuerde que de usted, y no del otro, depende no convertirse en su propio espantapájaros. Y sí, parece que la teoría se nos queda corta, pero yo también estoy en mi proceso de aplicarlo.