Esto es lo que hay…

Hay gente que es como los gatos: siempre caen de pie…

A menudo pensamos que tenemos que decidir lo correcto siempre. Muchas veces creemos que la decisión correcta es aquella que la mayoría de gente cuerda tomaría… la opción más segura, la más lógica…

Aquella vez que decidí devolverme a mi país en vez de quedarme en el extranjero con un excelente salario… o cuando perdí un trabajo importante en otra ciudad y, como ya tenía los tiquetes, me fui de paseo sin plata… o cuando he comprado cosas por impulso… casi siempre que pienso que soy el colmo de la irresponsabilidad, adivinen, me va bien.

No sé si me va bien porque Dios cuida más a sus borrachitos, porque soy muy de buenas, porque le saco chiste a todo o porque definitivamente siempre hago lo que me da la gana. El caso: siempre caigo de pie como los gatos. Y casi siempre al «Tin, marín, de dó, pingué». Debe ser que me gusta la adrenalina, parce.

Siento que a veces se disfrutan más aquellas victorias que se acompañan de utopías. Los humanos anhelamos el momento de vencer lo imposible, el instante de la causalidad misma, el segundo en el que todo se detiene y las cosas resultan en un final inesperado. Claro, dejar que la vida lo sorprenda a uno no es lo mismo que permitir que se lo lleve a uno por delante, como un tren que atropella al pelotudo que se queda mirándolo venir —Tampoco—, pero sí mirar esas encrucijadas como oportunidades para una buena historia de la cual te reirás en el futuro.

Nada más triste que llegar a viejo sin tener nadita qué contar, qué oso que lo único que tengas que mostrarle a tus nietos sean las selfies que te tomaste en el baño… teniendo un mundo tan grande para conocer.

La autenticidad verdadera está en quitar algunos de los filtros a nuestras acciones y constructos mentales. Al que le guste la foto como es, pues que la acepte. Así soy, ¿y qué? Espacios para meterme en el papel que «debo ser» sí que sobran. Para ser seria existen las oficinas, las universidades, las ponencias (¿Quién se inventó las ponencias?), los hospitales (a los que iré cuando esté arrugadita), los ataúdes (en los que tarde o temprano acabaremos)… Pero esto es lo que hay: sabrosura, guachafita y chistes flojos.

Contigo, Perú

He aquí las razones por las que no hubo blog la semana pasada…

Debo decir que estuve gratamente sorprendida por Perú. Este fin de semana que pasó estuve en una boda en el vecino país —entre otras cosas, por eso no hubo blog— y me llevé una #BofetadaMental al darme cuenta de lo mucho que nos influencian los medios de comunicación frente a lo que es la realidad. Solo estuve tres días en Lima y sé que no es demasiado como para dar un juicio contundente, pero lo que vi fue suficiente para darme cuenta de que tenía la venda en los ojos de la que tanto me quejo cuando otros extranjeros hablan mal de Colombia.

De la misma manera en que los colombianos somos estigmatizados por series como Narcos o Sin tetas no hay paraíso, así mismo es el daño que el programa de la señorita Laura ha causado en el imaginario colectivo. Y no solo ha maltratado la imagen de un país, sino que nos ha reforzado, de alguna manera, la idea de que todo lo indígena es malo, pobre, feo, vulgar y salvaje.

«Los latinos somos todos unos ignorantes, unos indiecitos». En vez de «Los latinos somos una raza pujante, unos guaches y unas guarichas» (entendidos respectivamente como guerreros y bellas princesas indígenas… acepciones que, a la fecha, no aparecen en el diccionario de la Real Academia Española. Si uno quiere comprobar que no se está inventando nada, toca buscarlas en este diccionario muisca elaborado por «Diego Gómez para su trabajo de grado de Antropología en la Universidad Nacional de Colombia» con financiación parcial de la Universidad de Bergen, Noruega y su Departamento de lenguas extranjeras).

En fin.
Y ahora Perú vuelve a un mundial, después de 36 años… y con un apoyo de Colombia. Sus goles son sus goles y ya era su responsabilidad el anotarlos, pero el Tigre Falcao hizo lo suyo en un acto, pienso yo, de caballerosidad y buena onda. Esos son los colombianos que necesitamos. Esos son los latinos que queremos llegar a ser: personas que no se ocupen solo de ganar, sino de ganar bien y sin despedazar al rival solo por ego. Necesitamos más latinos que hagan su parte cuando otro les ayuda. Necesitamos más personas que acepten una mano a tiempo y de buena manera… que no sientan que les estamos dando sobras ni que les estamos regalando nada, porque así tampoco es.

Queremos una raza orgullosa de su diversidad, de sus costumbres, de sus valores y de su alegría. Necesitamos más personas que se rían de sí mismas y que compartan la música y el baile de su tierra. Necesitamos más alianzas positivas entre naciones: gente que ame el deporte, que apoye la danza, que vibre con la poesía, que se deleite con la buena cocina… gente latina bella: más guaches y más guarichas.

Té para uno

Ignoro cómo se bebe el té en el Reino Unido o en Japón, lo cierto es que…

Hace unos días tenía ganas de un té, pero me poseía mi ya conocido y bienamado espíritu de la pereza. Así que, para evitar tener que pararme innecesariamente de mi escritorio, cometí la equivocación de buscar un cronómetro virtual con las palabras «online tea timer», en vez de solamente «online timer».

Para mi sorpresa, al parecer hay varias páginas de cronómetros según el tipo de té. Según lo que vi, del tiempo que uno debe dejar reposar la bolsita de té, depende que el sabor «se expanda» o «se contraiga»… se concentre en mayor o menor medida… que florezca.

Se me ocurre que el mismo principio aplica para todo. Si uno va por la vida corriendo para tomarse el té de afán, quizás no le dé tiempo para que el aroma y el sabor se asienten. Si va demasiado relajado, cuando menos piensa, las cosas se ponen intensas.

Ignoro cómo se bebe en el Reino Unido, en la India o en Japón ─supongo que debe ser toda una ceremonia─, y tampoco sé si lo más correcto es retirar la bolsita, porque según leí hay toda una discusión entre dejarla o no… el hecho es que, como en la maduración de los quesos o los vinos: siempre hay un tiempo adecuado.

No vale la pena apresurar los procesos, ni los amargos, ni los dulces. Habrán sabores que anhelemos volver a sentir, y otros que no desearemos probar nunca más. Habrán tazas de té que beberemos con ansias, y otras que jamás terminaremos. Habrán bolsitas que reutilizaremos y tazas sin terminar que lavaremos… todo en un ciclo interminable de experiencias… todo en un instante efímero que conocemos como vida: un vapor cálido y volátil que se escapa rozándonos los dedos.