¿De qué murió Gaudí? – Lo que un muerto me dijo sobre la convicción

Lecciones de un genio para la posteridad.

«En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
quiero tener buena vista.
mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Cerca del mar… porque yo
nací en el mediterráneo».

Joan Manuel Serrat – Mediterráneo

Gaudí era un tipo que murió en su ley. La parca lo estaba esperando sonriente al otro lado del tranvía. Así que se murió de amor. Se murió, digo yo, porque fue como si la muerte le hubiese dado a escoger y él hubiese optado por una despedida fugaz y anarquista. Nada que fuera olvidado, nada por lo que no valiera la pena luchar. Morir de amor, como los grandes: atropellado sí, pero con la firme convicción de andar siempre en medio de la calle, como en dos ocasiones anteriores, y negarse a hacerse a un lado porque «La calle es para las personas».

De algún modo, Gaudí era un pájaro rebelde. Se saltó toda norma, se brincó toda tapia y se dio el lujo de poner color y forma donde otros solo hubiesen puesto tradición. Aceptó una basílica sencilla que alguien ya había empezado… y la volvió imponente; al punto de que su construcción ha durado más de ciento treinta años… y aún no acaba.

«No le es posible a una sola generación de alcanzar todo el Templo, dejemos, pues, una tan vigorosa muestra de nuestro paso de modo que las generaciones que vengan sientan el estímulo de hacer otro tanto; y por otro lado no los atemos para el resto de la obra (…). Hemos hecho una fachada completa del Templo para que su importancia haga imposible dejar de continuar la obra».

Antoni Gaudí

sag fam
La Sagrada Familia – 2017 – Foto propia

No la dejó inconclusa por falta de motivación o excusa de recursos, sino para acercarse a lo perfecto de lo que él podía dar.  Entonces no se trata de hacerlo todo uno sino de hacer la parte que le corresponda, que esta sea memorable, y luego dejar que los demás hagan la suya. El genio no trabaja solo. Y quizá Gaudí lo sabía. Así que sacó los moldes de las estatuas basándose en la gente del pueblo, pero no fue sino hasta 1985 que Etsuro Sotoo puso el primero de los quince ángeles de la Fachada de la Natividad. Muy al estilo de Gaudí, el escultor japonés también puso su sello: los ángeles tienen rasgos asiáticos porque, después de todo, ¿quién dijo que los ángeles no pueden ser orientales?

Entonces fracaso no es no terminar, es no haber empezado. De alguna manera, fracaso puede llegar a ser el hacer las cosas demasiado bien y seguir las reglas al pie de la letra sin dejar un lugar para el azar, la creatividad o el caos. Fracaso podría ser para el mecenas, que su dinero no retornase; como en el caso del Parc Güell, un terreno pensado inicialmente para hacer un condominio de casas, situado en la ladera de un monte, casi como si Serrat se hubiese referido a este punto, y en el que Gaudí mismo diseñaría las áreas comunes como fuentes y entradas. Se vendió solo una. ¿Fracaso?

Parc Guell
Parc Güell Barcelona – 2017 – Foto propia

Bueno, las casas no se vendieron porque el conde Güell le puso muchas condiciones a los compradores, pero la única que se construyó, aparte de la casa modelo, hoy es una residencia privada que yo supongo, ahora, costará miles de euros, y ni hablar del dinero que recogerá el ayuntamiento o los negocios producto de la visita a la ciudad. Entonces la riqueza se hubiera multiplicado si se hubiera pensado menos en el beneficio para la burguesía. Fracaso es no poder pensar más allá. Fracaso no es no poder recoger los frutos o no vivir para contarla. Fracaso entonces es no vivir y, en consecuencia, no poder contarla. Fracaso es no apreciar el arte de lo inconcluso.

¿¿¿Dónde están mis 64 millones???😹

He empezado a pensar que mi mamá me ha estado mintiendo todo este tiempo…

Yo he empezado a pensar que mi mamá me ha estado mintiendo todo este tiempo. Tal vez estaba esperando a mi próximo cumpleaños para decirme:
—¡Todo es mentira, Clara! ¡Era una prueba y la pasaste! En realidad somos ricos, así que toma las llaves del Mercedes y ve a dar una vuelta. Te lo mereces por habernos creído durante treinta años.
Y es que si mi mamá, que fue docente toda la vida, y que ahora es pensionada —Sí, con una sola pensión, no como con tres como la gente cree—… Si mi mamá se gana 64 millones al año, significa que cada mes se gana más del millón doscientos que le llega. Ah, sí. El cual no ve completo porque tiene préstamos y gastos fijos. Supongamos que el sueldo de un profe sea un poquiiito más, porque una pensión no es el 100 %, salvo que sea por invalidez o casos excepcionales… Pero nunca serán cuatro millones y pico… Y eso da pena ofrecérselo a una persona con doctorado. Pero bueno, mi mamá fue normalista, ha estudiado como en tres universidades, ha hecho cursos de profesionalización, una especialización y tiene como mil años de experiencia… eso debe contar. «Seguro sí se gana toda esa plata».
¿Entonces he vivido una mentira toda mi vida? ¿Mi mamá lo que es es una embaucadora? ¿Es una actriz y yo no lo sabía? Ah, ¡esto es un reality! ¿Es mitómana? ¿Se alió con mi papá para hacerme una broma?
¿¿¿Dónde están mis 64 millones??? Por derecho siempre me correspondió —mejor dicho, me tomé— la mitad más uno de todos y cada uno de los caramelos y las chocolatinas que los niños le regalaban el día del maestro. Qué pena, pero voy a contratar un abogado 😹 No más impunidad. Exijo mi Mercedes. Chocolatinas sí, pero no así.😹😹😹
Sépanlo, queridos padres de familia: los peluches y los Giordano que cada mayo les compran a los profesores terminan en las manitas creativas de niñas como yo, hijas de docentes… Ahí, justo ahí, al lado de la porcelana hecha en China que ustedes compraron el año pasado bien sea porque genuinamente querían tener un detalle con la profe o para quedar bien. Cada cartica, cada papelito arrugado… todo lo guardamos las profesoras.
Ser hijo de profesor en Colombia significa disfrazarse casi todos los años de campesino o indio con costal que pica (y a ustedes les fue bien, a mí que me tocó de búho… ¡DE BÚHO con una caja de cartón en la cabeza! Apenas para que me olvidara de la poca vida social que ya tenía), saber quién es Tarsicio, oír cada domingo y con repetición Radio revista proyección y ¡Ay de que se la cambien a la mamá de uno! Ser hijo de maestro es saber qué es Fecode, Canapro, la ADE y «Presente, presente, presente», y «Cuidadito me pierde una materia, porque lo pongo a hacer curso los sábados en Codema».
Debo reconocer que siempre tuve ciertos privilegios. Uno, por ser hija única, y dos, porque mi mamá casi siempre tuvo dos trabajos. Nunca he pasado hambre, tuve acceso a educación privada y pública, estudié mi pregrado en una universidad pública, estudié en el exterior, hice un posgrado en una universidad privada y soy lo que para unos puede resultar una «gomelita pretensiosa». Nunca viví en arriendo, nunca me han hospitalizado, nunca vi a mis papás hablarse mal y nunca, pero nunca, la he visto pedirle plata a mi papá «para la leche de la china». Pero, ¿de ahí a que mi mamá ganara 64 millones al año?
Los seis meses en Canadá hubiesen sido carrera y posgrado, la casa propia estrato tres hubiese sido al menos estrato cinco o al menos ella no se hubiera demorado quince años en pagarla. ¿Y los dos trabajos? Nooo… Ni de fundas los hubiera tenido.
No me malinterpreten. No estoy siendo desagradecida. Toooodo lo contrario: solo digo que la gente a la que le da la impresión de que los profesores son un montón de vagos codiciosos por pedir un poquito más es la misma gente que no ve el segundo trabajo, el catálogo de Yanbal y Ésika en sala de profesores que se respete o la lista de los fiados en las cafeterías de los colegios…
Un maestro no vive, sobrevive. Y así muchos lo hacemos en Colombia. Ya sé que esto suena a queja, pero es que no solo les pasa a los docentes. ¿Qué me dicen de los independientes? ¿Qué me dicen del sector salud y el sector transporte? ¿Qué me dicen de los desempleados?
«Ah, sí… Pero es que el desempleo baja». Vaya mire las cifras del subempleo y hablamos. Nos acostumbramos a la cultura del «Pues, ahí vamos», del «Aquí luchándola», del «Bien será, para no preocuparlo»… Y todos «chupe» porque «el otro tiene y yo, que no tengo nada, no me quejo».
No, señores. Los profes no están haciendo nada diferente a poner sanos límites. Sí, han protestado, pero de manera pacífica. Y no, no han dejado de enseñar al salir de las aulas. Nos están enseñando con su ejemplo a poner sanos límites cuando nos explotan, a hablar cuando usted está en una relación que no le da lo que usted espera, a decirle que no a su jefe cuando le dice que se conforme y que «Aaantes agradezca».
Aprendamos lo mejor de esta situación tan jarta: esta es una oportunidad para sentar un precedente.
Le dije hace unos días:
—Mamá, yo no había visto jamás un paro tan largo.
—Nuuu, si el del 70 fue de tres meses.
—¿Y sí sirvió para algo?
—Pues por eso es que tenemos lo que tenemos. En ese entonces yo trabajaba en una vereda y salía a recoger lo que los campesinos me dieran: arvejas, zanahorias, lo que hubiera… para llevarles a esas pobre maestras con hijos, con marido… y sin sueldo por tres meses… Pero si no hubiera sido así…
¿¿¿Si no hubiera sido así??? O sea, calculen que si los maestros están mal hoy, ¿cómo hubiera sido si no hubieran hecho paro en los 70?
Y sé que no es por avaricia. Si así fuera, nunca se les habría ocurrido meterse de docentes sino serían traquetos, narcotraficantes ¡o peor! ¡Hasta habrían estudiado para políticos! (El que lo entendió, lo entendió, y si no que lo lea en voz alta). Tengo certeza de que no es por avaricia y aquí está la prueba: Hace poco, un estudiante la buscó en el Facebook. Le dijo que se había graduado y que ahora era un trompetista de la filarmónica o la sinfónica o algo por el estilo.
¿Usted cree que eso se logra buscando solo la felicidad material? Eso requiere convicción y tratar a los cuarenta niños con respeto y amor… Ese mismo amor que quién sabe si les darán en sus casas. ¿Usted cree que están peleando por joderle la vida a los demás y crearle problemas al padre de familia que no sabe con quién dejar a su angelito? ¿Y por qué no pelea cuando los honorables parlamentarios no van a las plenarias? Ahí sí no tiene tiempo. Pero para atacar por redes sociales ahí el colombiano tiene todo el tiempo del mundo… Para hacerle una carta a su hijo diciéndole lo mucho que lo quiere no hay tiempo, pero para escribir comentarios quejándose de quienes le enseñaron a escribir sí. ¡Oh, la ironía!
Todo esto para que aprendamos, seamos o no docentes: darse valor no es negativo, saber cuánto valemos es necesario, pedir —que es diferente a exigir— es parte de la vida. Sentar precedentes sin violencia, con creatividad, con humor… eso es lo que se requiere. Cada uno desde su oficio, cada uno desde su labor diaria… Ese es el verdadero ejemplo para las futuras generaciones.

La mejor lección que he recibido de mis estudiantes

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa».

«Dicen que Dios inventó el tiempo y los humanos la prisa»

Anónimo

Uno de mis estudiantes se presentó hoy ante otros padres de familia, su directora de grupo y otros compañeritos. Tenía que presentar un diálogo en inglés que le había ayudado a repasar durante el último mes y, para ser sincera, por un segundo pensé que se le iba a olvidar. Con los niños nunca se sabe, pero ellos la tienen más clara que uno.

Ayer, por ejemplo, él sabía para dónde iba:

—Y quiero que vayas, Clarita.

—¿Y a qué horas es?

—Es a las 7:30 de la mañana en el colegio.

Después de respirar profundamente y de que, en nanosegundos, las palabras «madrugada», «trancones» y «pinta» pasaran por mi mente, solo atiné a decirle, en tono de broma:

—Tú sabes que esto es puro amor, cierto? En otras palabras, más te vale que te salga perfecto porque voy a tener que levantarme a las cinco de la mañana para poder llegar a tu colegio, ¿no?

Él estaba seguro de que se iba a sacar la mejor nota. Yo no tanto. No me tomen a mal, confío en mis estudiantes y no dudo de sus capacidades… pero los nervios y la memoria a veces nos traicionan. Cuando se está frente a muchas personas todo puede pasar. Les ha ocurrido en los mejores escenarios y a los mejores actores.

Y sin embargo, el día no pudo ser peor. El disfraz que había escogido inicialmente no le gustó… Y, como consecuencia, se tuvo que cambiar varias veces, salió tarde de la casa, casi se enoja con la mamá… hasta que el reloj marcó las 7:05 y logró entrar a clase a las carreras.

A las 7:30, la puerta del salón se abrió y todos los padres de familia sacaron sus celulares para la respectiva foto de los niños. A las 7:50, me volvió el alma al cuerpo. No se equivocó en nada y le salió muy bien. No permitió que los momentos previos negativos opacaran aquello que ya había cultivado para ofrecer.

Minutos después, en el parqueadero del colegio, me preguntaba: «¿Cuántas veces no me ha pasado en mi vida de adulta que dejo que unos pocos segundos arruinen cosas por las que me he esforzado? ¿Cuántas veces he permitido que un enojo, una conversación, una foto en Facebook me fastidie el día o dañe los resultados de algo que venía preparando con mayor anticipación?»

Parece que soy una adulta a la que, de vez en cuando, se le olvida que ser niño es tenerla clara. ¡Peor! Soy una Clara a la que se le olvida a veces cómo tenerla clara.

Así que cuando la mamá me preguntó que qué iba a hacer, laboralmente, en el siguiente semestre, se me nubló la mente y no supe cómo responder. Aún no tengo nombre para la profesión que escogí. Quiero vivir de la escritura, y aunque lo que hago se parece bastante a la labor de un coach, un profesor o un escritor, aún no he podido encontrar una expresión que recoja las tres o cuyo significado dimensione todo lo que quiero hacer. Quiero ser el progreso que deseo ver en el exterior. Quiero poder ver el mundo con los ojos inocentes de un niño que cree que va a lograrlo, y lo logra. Eso sí, lo logra, pero no a punta de milagros, sino de acciones. Él no se limitó a decir que le iba a ir bien, sino que 1) estudió, 2) repasó y 3) confió en sí mismo.

No le fue bien como resultado de una fe ciega, sino de la constancia. Muchas veces, nosotros los adultos seguimos los dos primeros pasos y al tercero decimos que no vale la pena. Otros, del otro extremo, pecamos por exceso de confianza y empezamos en el paso tres esperando bajar de peso sin hacer ejercicio ni comer sanamente o aprender un idioma por iluminación del Espíritu Santo. «Claro, esas cosas pueden pasar». No conozco a una sola persona que le haya ocurrido pero, «Quién quita, yo voy a ser la excepción».

Y es que yo misma también me siento un poco como la excepción… en parte porque espero que mi trabajo sea reconocido al día siguiente de haberlo hecho (todo gracias a mis estándares mentales dignos de Hollywood), y en parte porque aunque sé que el gato va a caer de pie, me preocupo. Así que después de no poder(me) dar una respuesta clara sobre lo que voy a hacer en mi futuro, se me ocurrió que tal vez estoy en esa etapa en la que aún no veo los frutos.

«Maldita sea. Quiero levantarme un día y sentir que algo de lo que he hecho ha valido la pena», pensé.

Pero al mirar las fotos algo me hizo cambiar de opinión: Tal vez ese día haya sido hoy… tal vez hoy sea el comienzo de uno de esos días en los que se recoge la cosecha.