Belleza y nostalgia

¿Qué determina la belleza? ¿Qué nos acerca a lo sublime? ¿Es acaso lo que otros dicen de una obra, una pieza cinematográfica, un libro o un poema?

Yo creo que para saber que algo es bello, más que observarlo, hay que recordarlo. Pienso que la belleza requiere remembranza y, en ocasiones, un poco de nostalgia. En la mente, el rostro del amado se mejora con el tiempo, los libros se reescriben, las notas musicales se repiten… El humano tiene el poder de recrear la belleza y magnificarla. Incluso, toma la creación ajena y la modifica para obtener placer. La distorsión de los recuerdos puede llegar a ser incluso más rica que el recuerdo mismo. El momento más sublime a veces no es el ocurrido sino el contado; no es lo que sucedió, sino cómo se cuenta; no es la vida, sino cómo se retratan ciertos instantes para hacer que perduren.

Hoy, por alguna razón, percibo la belleza de este poema de Rubén Darío mucho más grande de lo que en realidad es. Por algún sentimiento que aún ignoro, rememoro la voz de mi mamá diciendo de memoria cada línea e imagino a mi abuela narrándole a su vez aquella historia. El recuerdo que crece, casi siempre supera lo real.

A Margarita Debayle
(Rubén Darío)
Margarita, está linda la mar
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso, una perla,
una pluma, y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros, son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía,
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?.
¡Qué locura! ¡Qué capricho!…
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

La paradoja del buen consejero:

Tres consejos para no aconsejar ni dar consejos

Dejar que el otro cumpla sus sueños es difícil. Siempre queremos estar opinando, incluso cuando callamos y guardamos nuestros pensamientos. Una parte de nosotros se siente cómoda pensando que los demás son un montón de ilusos y que nosotros debemos protegerlos del peor error de sus vidas.

—¿Usted? ¿Va a escribir? ¿En serio? ¿Y de qué va a comer?

—…

—¿Quiere montar empresa? ¿Y está seguro de que no se quiebra? Cuidado se endeuda, porque yo conocí a un tipo que…

—…

—¿Y vas a estudiar música? ¿Y cuánto llevas en eso? Acuérdate de que Mozart empezó a los tres.

—…

Es como si, de entrada, todos hubiéramos nacido viejos y pobres; cuando, en realidad, el mayor activo que cada uno tiene es su talento… porque, que yo sepa, ustedes y yo vinimos a este mundo sin ropa y sin saber leer, así que cualquier cosa que vayamos agregando a esta experiencia ya es ganancia.

Pero a todos se nos arrebata el consejero que llevamos dentro, especialmente a mí con este blog. Muchas veces se siente uno en la «obligación moral» de decir lo que piensa, y se le olvida que también existió alguien que le dijo a uno que algo no se podía o que era muy difícil… o que prácticamente se trataba de una misión suicida.

¿Cuántas veces no escogemos dar el consejo en vez de pedirlo? Y es que es obvio: siempre será más fácil decirle al otro lo que tiene que hacer que invertir ese mismo tiempo en buscar soluciones para nuestros propios problemas.

Aquí es donde cito al gran filósofo Armando Christian, más conocido en el bajo mundo como Pitbull:

«Ask for money And get advice. Ask for advice, get money twice.»

«Pide dinero y obtendrás consejos. Pide consejos y obtendrás el doble de dinero».

¡Ya tú sabe!… ¡Dale!

Pero, ya, en serio.

Dicen que «El hombre inteligente aprende de sus propios errores, mientras que el sabio aprende de los errores de los demás». Yo digo que dejemos de aprender de los errores. Es hora de aprender de los aciertos. Si alguien lo hizo bien, vale la pena que nos cuente cómo. Y si alguien quiere intentarlo, ¿para qué persuadirlo de que no puede?

¿De dónde somos tan expertos ahora en hacer tantas cosas?

—¿Vas a sacar tu disco? De seguro no querrás invertir tu dinero y tu tiempo en un asunto tan complicado.
—¿Y es que tú eres el experto en sacar discos? ¡Es más! ¿Eres experto en fallar al vender discos? ¡No! Ni siquiera eres alguien con mínima autoridad para opinar. Critícame en un área en la que seas experto… o en algo que tú hayas al menos intentado, así ya hayas fallado… Quizás ahí pueda aprender de tus errores…

Creo que nadie lo ha expresado tan bien como Sábato en El Túnel:

«Los críticos. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría?»

Todos queremos una vida digna de contar, pero no hay grandes libros en los que las historias de éxito no tengan al menos un ligero tropiezo… y uno que otro criticón. Para vivir hay que arriesgarse un poco… y aprender a dejar vivir. Y eso a veces lo ignoran incluso las personas que deberían apoyarnos o amarnos más.

Es que meter las narices donde no nos importa parece, en vez del fútbol, el deporte favorito de este país. Que si el banco tal hace una campaña sobre los gays, que si el futbolista tal se quedó en la banca, que lo que tuiteó tal o cual famoso… Siempre es más fácil hablar de la vida de los demás y prender el opinómetro que vivir nuestra propia vida y tratar de resolver nuestros propios asuntos. Somos felices porque eso nos vuelve dioses momentáneos, cuando en realidad nuestra opinión a pocos importa… porque nos enseñaron que Dios era un señor de barba blanca que amaba a la gente blanca y tenía un dedito índice listo para apuntarnos cuando hiciéramos las cosas mal… cuando es exactamente todo lo contrario, creo yo.

Es como si nos hubiera dicho «Ámense unos a los otros» y todos los demás hubieran entendido «Júzguense unos a los otros como yo los he juzgado».

12119070_10153341678522869_674871143189577090_n
Aquí me copio les dejo una caricatura de cinismoilustrado.com que lo resume todo

Y no es culpa de nadie. Simplemente nos criaron así. Ahora a ver cómo recojemos los pedazos rotos y nos inventamos una sociedad más incluyente y que juzgue menos. Por lo pronto, tres consejos que nadie me pidió… solo para ser consecuente:

1. Cierre el pico y deje de contarle sus sueños a la gente. De todas formas, nadie cree que pueda cumplirlos.

2. Cierre el pico y deje de criticar en voz alta los sueños de la gente. Si no puede creer que su amigo se va a hacer millonario vendiendo Avon o Herbalife, igual déjelo. ¿A usted en qué le afecta? Hay gente que lo ha logrado (obvio, solo los dueños de Herbalife y Avon… Mentiras, soy una caspa)… Escuche, sonría y cambie de tema.

5ae054667c00946e0af9f692291bac1c
Imagen tomada de: Mejoresportadas.com

3. Cierre el pico y deje de criticar en silencio los sueños de la gente. Yo sé. Yo tampoco puedo dejar de hacerlo… pero creo que una forma de intentarlo es repetir dos mantras de la sabiduría popular:

a) «Yo tengo mis propios sueños, mejor me enfoco en el siguiente paso para cumplirlos».

b) «No es mi circo, no son mis payasos».

Demasiados consejos por hoy.

Quince preguntas a Jesús… o tal vez más.

Un texto que puede rayar en la blasfemia… ¿o no?

Si lo tuviera en frente, quizás me sentaría con un par de vasos de agua —que a las dos de la mañana se convertirían en vino— y sí que probaría su infinita paciencia:

¿Tú decidiste tu destino? ¿La regla aplica para todos? ¿Tú sabías de antemano lo que te iba a pasar? ¿Habías estado aquí en la Tierra antes? ¿Sabías que, después de todo, ibas a resucitar? ¿Crees que la vida es como una cena en la que el picante también es necesario?

¿Por qué crees que los humanos siguen peleando unos con otros? ¿Crees que sus egos quieren darle una lección a los demás? ¿Crees que se trate de superioridad, de poder, de falta de amor propio?

¿Alguna vez te dio curiosidad el sexo? ¿Será que nos mintieron sobre tu castidad? ¿Habrás tenido hijos? ¿Habrá sido verdad todo lo que se cuenta sobre ti? ¿Te habrás enamorado? ¿Habrías discriminado a alguna persona que no tuviera tu condición sexual?

¿Qué opinas de las EPS y el servicio médico? ¿Crees que hay una forma mejor de sanar? ¿Por qué nadie aprendió el truco de revivir los muertos? ¿Será que lo enseñaste y lo olvidamos?

¿Crees que si vivieras físicamente en este siglo, tendrías tu propio canal de Youtube? ¿Crees que la gente se insultaría en los comentarios de abajo? ¿Cómo sería tu perfil de Facebook? ¿Tendrías una foto con Malala? ¿Harías una transmisión por Facebook Live en donde nos explicarías para qué sirve la mirra? ¿Serías tan cool como yo creo que eres realmente?

¿Nos enseñarías a ser tolerantes con gente que no opina o es como nosotros (en mi caso Trump y la Tigresa del Oriente)? ¿Me dirías cómo ser más paciente con los niños hiperactivos?

¿Les dirías a las mujeres que vuelven con sus maltratadores que te entendieron mal eso de «poner la otra mejilla», y que más bien tú querías que el que estuviera libre de pecado lanzara la primera piedra?

¿Tomarías conmigo juguito de Cosechas o me acompañarías en la cocina en algún intento fallido de hacer el almuerzo? ¿Por qué no hiciste a los pollitos de cuatro patas? (Sé que suena cruel, pero son ricos) ¿Todo el mundo tiene que ser vegetariano? ¿Me querrías más si lo fuera? ¿Qué comías en tus tiempos? ¿Es cierto que la razón por la que volverás es para probar las empanadas? (Ay, no me juzguen, yo lo haría).

¿Me corregirías la puntuación y me sugerirías mejores palabras? ¿Me mostrarías lo que sí escribiste o aún no hemos tenido acceso a ese conocimiento porque «suficiente con las peleas con la Biblia»? (Porque nadie sabe a ciencia cierta qué tan veraces son los supuestos evangelios según María Magdalena o los redactados por ti… y tampoco creo que los «oficiales»).

¿Me dirías todas aquellas cosas que he olvidado de mí? ¿Me amarías como soy: infantil y grosera? ¿Podría amarte como eres… afro, LGBTI, hombre, mujer, anciano, niño, niño mamón, académico, ilustrado, analfabeta, amarillo, musulmán, testigo de Jehová que me levanta los domingos? ¿Podré dejar de culparte por las bobadas que hago como humana y las decisiones que tomo a diario? ¿Podré verte en las cosas pequeñas, en los amaneceres y en los atardeceres? ¿Podré tratar de no juzgarte? ¿Podré mirarme al espejo un día y parecerme un poco a lo mejor de ti sin perder lo que soy ni querer superarte? ¿Podré?

La mancha púrpura o cómo corregir lo incorregible

Tenía trece o catorce años cuando cambiaron al profesor de historia del arte. El que llegó era un «cuarentón de diecinueve» con el pelo revuelto y actitud de John Lennon. Creo que nos pidió que pintáramos con acuarelas, si mi memoria no me traiciona. Podíamos crear lo que quisiéramos, pero el cuadro tenía que ser cubista. Y como lo mio nunca fue pintar, se me ocurrió que lo más cuadrado en que podía pensar era un reloj. Bien pude haber creado una figura humana, pero sabía que la vía fácil era algo que en sí ya escondiera el cubo. Así que hice un reloj horrible.

Y no, no lo digo porque fuera mío, sino porque era simple. Simple y sin sabor. Supuse que lo arreglaría, como casi todo en mi vida: después. Asumí que algo maravilloso ocurriría y que, como los gatos, que siempre caen de pie, la nota del reloj iba a ser aceptable.

«¿No que en el arte no se juzga? ¿No que hay que ser muy creativos? Pues si me pone mala nota, que se joda. Yo usaré mis argumentos y que me diga si no es cubista mi reloj de mierda».

Y entonces le puse color. Rellené el cuadro de verde y de un azul inmundo. Cuando llegué al reloj, lo pinté de amarillo para que resaltara, con la vaga esperanza de que le diera vida a un diseño insulso. Y todo funcionó, hasta que se me derramó una tinta morada en el reloj. La mancha de Ecolin no quitaría con nada, y además era obvia con el fondo amarillo.
«Reloj con mancha… ¿Cierto que le queda bien el nombre? Me suena a aquellos nombres pretenciosos como «Esto no es una pipa» o «Naturaleza muerta con zapato viejo». Soy toda una artista. Y si dice que no le gusta, soy muy avant-garde… Lo que soy es una incomprendida que vive en el siglo 23… Estoy adelantada a mi tiempo. Nadie entiende mi arte. ¡Oh! Sois todos unos guarros y bellacos».
—Es cierto que es un poco plano— dijo—. Pero me llama mucho la atención por la mancha. Esa mancha morada es lo que más me gusta. Te voy a poner B+ por atreverte.
La máxima calificación era una A+. En realidad, era muchísimo más de lo que yo esperaba. Ahora sé que en el momento la cosa no fue más que una chiquillada, una travesura de colegio, pero que me enseñó más que muchas horas en la universidad: «En la vida, nadie recordará tus relojes perfectos y cuadrados. Nadie se acordará de lo que otros te pidieron que hicieras. Por el contrario, todos recordarán las victorias casuales, la belleza inesperada… Las profundas manchas púrpuras sobre fondo amarillo».
Un año después, el mismo profesor me enseñaría que en algunas religiones de oriente existe la creencia de que elegimos nuestra vida y nuestra profesión justo antes de bajar a la Tierra. Dos años después, me preguntaría una y otra vez por qué no fui aceptada en el conservatorio. Ahora sé que tal vez habría sido un reloj amarillo sin mancha, sin rebeldía alguna.
Yo no podía entender que lo hubiese elegido a él como maestro… Y aún así volví a elegirlo a los quince, cuando aún pensaba que iba a estudiar música.
«Las niñas que quieran podrán elegir un énfasis en ciencias; quienes vayan a estudiar ingeniería, hay una clase especial de matemáticas; y quienes vayan a ser de humanidades, hay una opción en el énfasis de lengua. Ah… por supuesto, también está el énfasis de artes».
Una elección muy difícil para no equivocarse cuando llegara la hora de pagar la carrera… Pero no me arrepiento —ahora—; porque cuando vi el trabajo de grado de las de lengua me pregunté por qué no había hecho un noticiero con ellas, en vez de estar perdiendo el tiempo con las seis hippies del énfasis de artes.
Insisto: ahora no me arrepiento. El profe nos pidió que empezáramos una bitácora con la esperanza de que cada una dibujara o, en mi caso, compusiera. Nos enseñó los conceptos base de la composición y uno que otro detalle sobre la armonía; en fin, definiciones que se aplican a cualquiera de las artes. Durante esos seis meses, jamás toqué la viola ni cogí un pincel. Debí saber que la pista más grande de mi destino era que no me despegaba de esa bitácora para nada y que la llevaba siempre dondequiera que iba. Ese cuaderno se volvió mi diario personal y mi espacio para pensar y repensar la escritura. Gracias a él, he podido ajustar un poco la lente con la que hoy miro al mundo.
A veces pienso que aún falta mucho, pero que parte de lo que soy se lo debo a ese maestro. Dos años después, él sería también profesor de mi padre, así que tal vez creo que sí lo escogí… Así como tal vez, escogí que las manchas púrpuras marcaran mi vida, y no los relojes amarillos.