Viajes salados: Que no le pase a usted

Un par de historias que me ocurrieron… y una que otra desgracia

Un par de historias que ya me pasaron… para que no le ocurran…

Y si le gusta viajar, le va a encantar una sorpresa que tengo por ahí…

Aquí van las historias:
1. Cuando se me olvidó que no era papá Noel

Las vitrinas estaban repletas de camisetas alusivas a las islas. Por
un instante, casi cedo a la tentación de comprar una prenda para recordar aquel viaje a Bahamas… excepto porque ya casi era hora de regresar al crucero y el calor intenso estaba haciendo de las suyas, así como mi tacaña interna que, sin sospecharlo, me salvaría.

Jamás se me cruzó por la mente que, al poco tiempo de volver a Colombia, la vida me recordaría que, si puedo aplazar una compra o si no es de vida o muerte durante las siguientes 24 horas, es probable que tampoco lo sea después.

Pasadas unas semanas, estaba parada esperando el bus para volver a mi casa. De repente, volteé y ahí estaba, en pleno corazón de Suba Rincón, un barrio popular de Bogotá: la misma camiseta con la bandera de Bahamas…

Parece que, aunque nos neguemos a creerlo, casi todo ahora es hecho en China. Uno se pone a traerle regalos a la gente, y los consigue aquí en San Andresito… y a la mitad de precio. Meh.

De un tiempo para acá, opté por limitar el número de presentes a mis amigos y familia más cercana, y ojalá siempre sea algo de comer típico de la región a la que voy. Nada de artesanías que se rompan y definitivamente adiós a las pendejaditas que terminan arrumadas en cualquier cajón… Y si otro es el que viaja, me ahorro la frase fastidiosa de “Pero me trae algo”, y le pido que se tome una foto en un lugar genial y me la mande. Muy bueno si se acuerdan de uno, pero mejor que no sea porque toque o para quedar bien…

Moraleja: Ni soy Papá Noél, ni horneo galletitas.

2. La vez que por ahorrarme un peso, gaste tres

No siempre la tacaña interna tiene la razón. Una vez decidí tomar el metro de Toronto porque costaba dos dólares y no un taxi de 60 al aeropuerto. Me levanté a las 5 y el vuelo era a las 9. Pensé que tenía suficiente tiempo, pero no se me ocurrió que podría confundirme en un par de estaciones…

Todo bajo control, hasta que perdí el vuelo que me llevaría a la ciudad (léase pueblito canadiense en medio de la nada en el que cierran todo a las 8 de la noche) en donde estudiaría por unos meses. ¿Conclusión? Tuve que pagar 100 dólares y esperarme más de cinco horas para llegar a congelarme el sieso a las 11 de la noche sin tener a dónde llegar ni conocer a nadie. Aplausos.

Moraleja: Como dice mi papá: “Hay ahorros que no son ahorros”.

Y de ñapa: Top 10 de desgracias ajenas y propias

10. Dejar el saco dizque porque uno va a tierra caliente y morirse de frío en el avión.
9. Andar con saco grueso en tierra caliente o con la chancla melgareña y medias.
8. Llevar encargos y terminar emproblemado (desde porcelanas rotas hasta problemas de aduana).
7. Empacar lo que no se debe en el equipaje de mano (botellas grandes de líquidos y geles).
6. Creer que el chikunguña ya no da y llevar a pasear el repelente.
5. Llevar toallas, secadores y “tarrados” de champú a hoteles donde hay.
4. Decir “Yo no me quemo” y terminar con bronceado sabanero y cachetico rojo.
3. Comer de más en los “todo incluido” y terminar con un dolor de panza “cinco estrellas”.
2. Botar las llaves del hotel y tener que pagar una multa innecesaria.
1. Dejar el check-in para lo último y al final darse cuenta de que no hay tinta o Internet.

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